XVII

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Era cálido, el sol brillaba con tal fuerza que le molestaba en los ojos. Mientras Celestino y el resto reparaban el puente, a él le correspondía limpiar el mascarón de proa. Estaba sostenido en una especie de columpio hecho enteramente de gruesas cuerdas, con una mano se sujetaba del casco y con la otra fregaba la madera con una esponja.

Había querido acompañar a Yuri pero Otabek se lo prohibió, Leo no tuvo otra opción que permanecer sobre el barco y trabajar.

Seguir las órdenes de Otabek sin protestar era un requerimiento obligatorio para formar parte de la tripulación, no podían quejarse si el sueldo que percibían era tan generoso. El capitán tenía buena intuición con las personas y sabía elegir a su gente, hasta la peor escoria aprendía a respetarlo, obedecer.

Fredori, uno de los piratas recién añadidos al grupo, terminaba de tejer una de sus redes de pesca. Antes de elegir el camino complicado era un sencillo pescador en un pueblo pobre del oriente, como otros compañeros no poseía un puesto especifico en el Vanya sólo trabajaba donde mejor se acomodaba según la situación. De la misma edad que Otabek, joven y temperamental, atractivo pero sin brillo. Prefería mantenerse al margen, no interactuar con el resto y hablar si era esencialmente necesario.

Asomaba la cabeza sobre la borda para no perder de vista a Leo, sus pies descalzos se movían al ritmo de la canción que tarareaba.

—Súbeme y deja de repetir esa estúpida melodía, no la soporto.

Leo no bromeaba pero su tono alegre y divertido daba otra impresión. Fredori no dejó de hacerlo pero bajó el volumen, con habilidad tomó entre las manos la cuerda que ataba el columpio improvisado sobre el que Leo estaba sentado, peligrosamente lejos de la seguridad del piso de madera.

El ruido de los martillos al fondo por momentos opacaba otros sonidos, como el del viento soplando suavemente contra las velas encogidas.

Argela permanecía como el lugar más seguro a donde llegar.

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Dos de los hombres regresaban del puerto cargando material encima de los hombros, lucían cansados pero optimistas. Tablas de madera en variados tamaños y grosor, trozos de cuero así como clavos extras. La reconstrucción del puente avanzaba rápido, probablemente no necesitarían los tres días pronosticados.

Otabek caminaba junto a ellos en silencio, se habían encontrado minutos antes en algún punto del camino. A su lado y comparando edades y estatura, Otabek no era más que un niño.

Un bote los esperaba encima de la caliente arena, debían recorrer una breve distancia hasta el barco. Pero el capitán decidió quedarse en la playa, viendo marchar a los dos.

Dejó de prestar atención en ellos y se mantuvo de pie extraviado en la visión del agua frente a sus ojos. La importancia de mantenerse alejado de cualquier emoción que estorbara en su vida quedaba en el olvido cada vez que pisaba esa tierra y su vieja casa. No regresaría hasta la primavera y esperaba que "eso" tan inquietante respecto a Yuri desapareciera entonces.

Con un hombre muerto en la celda y planes en camino para ir tras otros, Otabek quería alejarlo. Envuelto en un vórtice de violencia sin sentido y peligros latentes, la paz que le inspiraba Argela no tenía comparación. Se conformaba con eso.

La tarde transcurrió y Otabek permanecía en el sitio, absorto en las mismas reflexiones que lo perseguían agitadamente para incomodidad del pirata. Molestaba tener que pensar tanto, antes de Yuri no batallaba con eso. Lo obligaba a examinar demasiado no sólo la vida que llevaba, también el futuro y sus sentimientos respecto a él y todo lo demás.

El rubio le recordaba así mismo a su edad cuando comenzó a revelarse contra la autoridad de su padre. Por ello lo odiaba y adoraba, Yuri como muchos en su camino tenía alma de pirata, de corsario o de marino. La fortaleza para superar lo que con los años se transformaría
en el dolor del pasado, la bendición de los dioses para salir bien librado de una situación extremadamente dura. A veces Otabek olvidaba que no era otra cosa más que un jovencito huérfano y temeroso.

—¡Estás aquí!

Yuri tenía la respiración entrecortada y sus ojos atravesaron los de Otabek, el capitán fue incapaz de ocultar la sorpresa de verlo. Debía estar en su nuevo hogar charlando con el abuelo, no a su izquierda apuntándole con el dedo índice.

—¿Por qué te fuiste así? Vamos a cenar pronto.

Se volvió hacía el mar y dio un vistazo al barco anclado. Mordió su labio inferior, no pudo responder y prefirió hacer tiempo. Pocas horas pasaron desde la llegada a tierra firme.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

Otabek sacudió la cabeza por la nueva pregunta.

—¿Decir qué?

Respondió con una leve sonrisa. El muchacho no sonrió, aquello era un asunto serio e importante para él. Tuvo que escabullirse y recordar velozmente el camino a la playa sólo para hablarle, tenía un nudo en el estómago y un sentimiento extraño oprimiendo su pecho. Era parte de su familia.

—No pierdo el tiempo con sentimentalismos, has sido un malcriado desde el inicio y no creí necesario darte mayores alegrías aparte de continuar viviendo.

Las palabras fueron lanzadas como un balde de agua fría. Él pareció perplejo un momento y entonces puso los ojos en blanco, amenazando con lanzarse sobre Otabek y desahogar por fin toda la frustración que le generaba.

—No compartimos sangre si te preocupa. Mi padre fue un niño infeliz de las calles, tu abuelo lo acogió y trató de darle una buena vida.

Otabek vaciló antes de proseguir.

—Cuando se enteró que yo iba a nacer hizo su nueva buena acción, en esa época tu madre se distanció y parece que sentía la soledad. Tristemente todos fuimos una decepción, espero que tú hagas un mejor trabajo y seas un nieto agradecido.

Paró en seco y humedeció sus labios, inquieto. Todo volvía precipitadamente, cada recuerdo y sensación desde el día que conoció a Otabek en aquel horrible lugar. No podía terminar de comprender a ese hombre que decía cosas terribles con la misma facilidad que le sonreía o ayudaba. Aún le temía pero ahora por razones diferentes. Yuri frunció el ceño y retrocedió unos pasos.

—Al menos ven a cenar, también es tu abuelo. Quiere que pasemos un rato juntos.

Como era predecible Otabek se negó y tranquilamente le recomendó regresar antes de que la noche cayera. Aspiró hondo buscando paciencia o terminaría gritando, aquel hizo una última declaración.

—Iré mañana, tengo asuntos para tratar contigo a solas.

Yuri asintió, confuso y enfadado. Reencontrarse con su abuelo seguía siendo un evento increíble, un sueño del que no pensaba despertar, aún temblaba un poco y los ojos delataban que lloró. Desafortunadamente Nikolai desconocía el destino final de los padres de Yuri y se vio obligado a contarle lo sucedido en la aldea. Los dos hablaron, se abrazaron y lloraron toda la tarde. Después explicó sobre los acompañantes que llevaba consigo, entregados por Mila tras corroborar en la clínica cercana que su salud era buena. No encontró objeciones a permitirles quedarse el tiempo necesario.

La atmósfera era cálida y limpia, olvidó momentáneamente el pánico que solía experimentar al acercarse tanto al agua espumosa de la orilla y caminó hasta Otabek, quién llamaba a sus hombres para que lo recogieran en uno de los botes. Se miraron omitiendo las palabras, como si el mundo hubiera llegado a su fin. Otabek agitó la mano a modo de despedida y Yuri tan solo le dio la espalda antes de perderse entre los árboles.

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Bon voyage!  «Otayuri | Yuri On Ice AU Piratas»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora