XXIX

634 63 19
                                    

Las heridas se fueron, solo quedaban marcas rosadas uniéndose a la colección de cicatrices tapizando su cuerpo. Cada una con su respectiva historia, recordatorio de fracasos y victorias, lápidas de emociones, circunstancias, memorias y personas.

A veces le dolían, la carne sana empañada con aquellas marcas dolía cuando el clima frío llegaba. Incapaz de detenerlo, Otabek se resignó.

Llevaba horas enteras de pie, refugiado en el mutismo, sus hombres pasaban de largo extrañados. Se sujetaba de las cuerdas, los ojos negros puestos en el agua. Las lunas de octubre llegaban a su fin y el invierno se abría camino lenta y tortuosamente dibujando nubes grises, vientos cada vez más helados.

En unos meses las nevadas de Azarath detendrían la vida de embarcaciones y tripulaciones enteras, tiempo suficiente para descansar, dar mantenimiento y meditar sobre los planes a futuro. Era necesario conseguir nuevas municiones y encontrar un camino libre hasta las islas Willingman, una suerte de territorio no reclamado por algún país, rico en laderas, caminos rocosos y lagunas. Únicamente quienes han desafiado las leyendas conocen la manera segura de llegar.

Tenían la fama de estar "malditas" y los piratas supersticiosos en mayoría no se arriesgaban, realmente no existía ni una sola razón válida para pisar sus suelos de arena dura y rocas afiladas. Sin embargo, Otabek conocía la verdad oculta de quienes allí vivían preparando barcos y armas para asaltar Argela. Esos que desafían las leyendas.

Sentía estar en terreno seguro. Él era un monstruo, el demonio del mar jamás derrotado que no temía a un viejo capitán que dejó agonizante años atrás. Sencillamente terminaría el trabajo de esa noche.

Se quitó los guantes casi sin pensarlo, eran los de Víctor y decidió conservarlos como un amuleto. Guardar pertenencias de ese hombre siempre le trajo suerte. Los guardó en el bolsillo y sin retirarse la capa abrió los botones de la chaqueta oscura debajo. Había deseado con toda el alma recuperar el entusiasmo de meses pasados, cuando actuar era fácil y tantos pensamientos no eran estorbo.

Tocó con los dedos desnudos las telas suaves y firmes de sus ropas costosas, llenas de vida, color y lujo. Las compró un instante después de poder pagar las ridículas altas cantidades de dinero, ese que solo los nobles tenían el descaro de desperdiciar en banalidades. Mientras que ciudadanos comunes luchaban por comprar pan y aceite, los ricos buscaban materiales exclusivos traídos del nuevo continente para utilizar los vestuarios, zapatos, accesorios y perfumes de última moda.

Arrancó la pluma dorada de la solapa de su camisa, provenía de un ave de la que no recordaba el nombre. La acarició entre el pulgar y el índice antes de soltarla, viéndola marchar para siempre cayendo en el mar, arrastrada por ese nuevo viento de invierno.

Era un farsante.

Se vestía así en un patético intento de parecerse a la familia de su madre, esos vacíos hombres y mujeres que gastaban y gastaban. Lucir como un noble, igual al príncipe que debió ser por legítimo derecho de nacimiento. Pero nada iba a cambiar.

Cayó tan abajo, la palabra "dignidad" perdió significado. Odiaba esa ropa, los muebles y decoraciones que se empeñó en conseguir debido a su sangre real para estar a la altura, odiaba recapacitar tan tarde. No necesitaba cosas innecesarias, dolorosas. Él no.

El atardecer vino y la temperatura bajó. Dos semanas de viaje ininterrumpido con limitadas horas de sueño lo transportaron a nuevas conclusiones. Besar a Yuri era tan bueno como comer chocolates o fumar un excelente tabaco. Satisfactorio, relajante, apasionante, adictivo. El limitado lenguaje no le dejaba añadir nuevos adjetivos.

Bon voyage!  «Otayuri | Yuri On Ice AU Piratas»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora