El comedor principal disponía de decenas de platillos, cada uno diferente y peculiar para el paladar de los invitados. Manteles blancos con bordes dorados cubrían las enormes mesas de cristal y, los asientos, enfilados y en tonalidades claras, hacían juego con las decoraciones de las paredes. Grandes candelabros colgaban en los techos, los cuales iluminaban el espacio. Floreros altos con rosas rojas eran la entrada y una extensa alfombra era el camino que pisaban para llegar al salón.
Los asistentes a la celebración eran muy pocos, sólo miembros de La Corona con sus familias. Algunos pueblerinos habían acudido, pero con un permiso real para comprobar que la boda era un hecho y no una mentira. Además de los Matsuoka y los Nanase, ninguna otra persona podía presenciar ese espectáculo nocturno.
Por supuesto, nadie ni nada destacaba más que el príncipe. Él vestía una túnica color oro, atada con un lazo negro. Calzaba un par de zapatos bajos y una pequeña corona adornaba su enmarañada melena. Y lo que destacaba era el anillo en su dedo izquierdo anular, símbolo de su unión con Kisumi Shigino.
Cuando el reloj marcó las diez de la noche y las campanadas resonaron en el reino, fuegos artificiales brillaron en el cielo. Éstos se expandían como estrellas luminosas al explotar en varios colores y la gente aplaudía emocionada. Entonces, la quinta ronda de vino tinto se sirvió en las copas para brindar por el bienestar de los recién casados.
—Por Karabis y sus futuros descendientes —anunció Toraichi, iniciando un discurso que molestaba a Rin—. Sé que Kisumi Shigino te hará el hombre más dichoso, hijo mío, así que brindo por tu eterna felicidad.
—¡Salud! —vociferaron en unísono—. ¡Por el príncipe!
De esa manera, la ceremonia llegó a su etapa final. Los espectadores comenzaron a marchar rumbo a sus destinos, dejando a los ebrios en el suelo y a los que bailaban bajo la luz de la luna. Rin se dirigió al balcón, apartado de la multitud que lo devoraba con la mirada; una mirada que lo juzgaba.
Kisumi no lo detuvo al ver que se iba, pues sabía que necesitaba de un instante a solas. No lo había tenido desde temprano, por lo que no pensaba interrumpirlo. Le concedió esos segundos, sin importar que Haruka Nanase lo siguiera.
—¿Es verdad? —preguntó de golpe y sin tacto en sus palabras, de una forma fría y detestable.
—¿Qué? —contestó, apoyando sus codos en el barandal—. ¿Qué es verdad?
—¿Estás preñado? —siseó rabiando de celos—. ¿Le darás un hijo a ese mercenario? ¿Un hijo tuyo y de él?
—Ah, eso —murmuró contemplando la hermosa luna redonda que resplandecía delante de ellos.
—¿Eso? —replicó frunciendo las cejas en señal de enojo—. ¿Es tu respuesta? ¿Fuiste capaz de aceptar que te...?
—Es mi esposo —dijo, interrumpiendo los reproches de Nanase—. Kisumi es mi esposo, el hombre a quien le daré hijos.
—No lo era cuando fornicaron —objetó agarrando al pelirrojo de ambos brazos para girarlo y que lo mirara cara a cara—. Ahora tienes a un bastardo naciendo en tu vientre.
—No es un bastardo —bufó, aferrándose a su orgullo—. Jamás será un bastardo. Él es el hijo de un príncipe de Karabis y de un alfa.
—Un alfa que es un mercenario, eso lo convierte en un bastardo sin nombre —concluyó sin titubear.
—Te prohíbo que le digas bastardo —advirtió serio y con los ojos puestos sobre los azules—. Tú eres el príncipe de Rajar, no mi dueño.
—¿Qué hacen? —interrogó Kisumi—. ¿Por qué sujetas a mi esposo, Nanase?
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Tú, mi diamante
FanfictionLa economía pobre de Rajar y el oro de Karabis provocó que dos poderosos reinos se unieran en un pacto que los beneficiaría a ambos con una boda entre los príncipes Haruka y Gou. Kazuma Nanase prometió semillas, frutas frescas y un vino que embriaga...