El comedor principal contaba con una mesa fina y muy costosa, alargada y hecha de cristal grueso. Los asientos eran una vaga copia del trono que se hallaba en la sala contigua, pero que casi no era utilizado por el rey del Palacio Rojo, de color oro, como la mayoría de los adornos que colgaban en las paredes o las luces de los enormes candelabros que colgaban del techo.
En la mesa había decenas de platillos, cocinados por las manos maravillosas de un hombre y una mujer de nombres reconocidos en el reino. La comida iba desde una simple sopa, hasta los más exquisitos y raros platillos. La bebida siempre era vino rojo, servido en copas de oro, que hacían juego con los platos y cubiertos.
Jugosas frutas, regalo del Reino Azul, estaban en charolas doradas y, apartado para el príncipe, había un platón lleno de las más deliciosas cerezas. Esas frutillas rojas eran difíciles de conseguir porque en Karabis no germinaban por el caluroso clima que se encargaba de secar la mayoría de plantas. No obstante, el rey hacía pedidos en el exterior sólo para complacer a su querido hijo.
La Guardia Real custodiaba las entradas al comedor y anunciaba el paso del Reino Azul a tierras extranjeras. Primero, con un cordial saludo le daban la bienvenida a Kazuma Nanase. Después, presentaban al príncipe Haruka Nanase y lo llevaban a sentar junto a su prometida.
Gou Matsuoka juraba estar enamorada de Haruka, a pesar de que no lo conocía, a excepción de esa ocasión que acudió con su padre a una cena en Rajar y lo vio de lejos. No había conversado con ese muchacho de ojos azules y apariencia calmada, pero sentía que lo amaba. Por esa razón, ella pensaba que su matrimonio sería un éxito y que de su vientre nacerían los alfas más hermosos.
Mientras que la cena iniciaba con un brindis por la felicidad de la pareja de príncipes, la furia en el rostro de Toraichi era notaría debido a la ausencia de su hijo. Ese jovencito quién sabe dónde estaba y qué hacía, pero no le obedecía. No sabía por qué Rin era terco e irresponsable con sus obligaciones en el reino. ¿Tal vez su esposa tenía la culpa por habérselo pedido tanto a la Luna?
Y como si su deseo se cumpliera, las puertas se abrieron para dejar entrar a Rin Matsuoka con su belleza sin igual. El pelirrojo hizo una reverencia o su padre lo asesinaría y fue a sentarse al costado derecho de Haruka Nanase, ya que el rey se lo había ordenado de esa forma. No miró a Haruka por estar acosando a Sousuke y su mal genio, pero el príncipe azul sí se lo comía de pies a cabeza.
—Confío que la Gran Luna nos ofrezca bendiciones del matrimonio de nuestros hijos —expresó Toraichi, dirigiéndose a su familia y a la que pronto sería parte de los suyos—. Gou está en perfectas condiciones para concebir a nuestros nietos; unos niños de linaje puro. Brindemos por esto.
—Así será —anunció Kazuma en respuesta y elevó su copa de vino—. ¡Salud!
—¡Salud! —exclamó el resto en un coro.
Las horas transcurrieron con planes a futuro y dos reyes felices por el enlace. Rin se reincorporó, despidiéndose de los Nanase y se marchó con Sousuke detrás de él. A los pocos segundos, Haruka pidió permiso para retirarse unos instantes y siguió al príncipe hasta su oasis favorito.
—Media hora y subes a tu recámara —rogó Yamazaki—. Por favor —suplicó una vez más y se dio la vuelta.
Rin comenzó a desvestirse por completo, hasta quedar desnudo, con la luna iluminando su piel enrojecida por el sol. En ese momento, Haruka no se atrevió a hablarle, pero se acercó lentamente al contemplar la manera tan seductora en la que se metía al oasis y el agua lo cubría.
Claro, el pelinegro no respingó y optó por el silencio, sin embargo, Matsuoka se volteó. Al principio, se sorprendió de ver al prometido de su hermana ahí, devorándolo con la mirada, pero esbozó una sonrisa de oreja a oreja y estiró su brazo derecho. Él era consciente de cuán provocador llegaba a ser.
—¿Se ha perdido, príncipe Nanase? —preguntó, relamiéndose el labio inferior—. ¿Desea que le muestre su alcoba?
—No —negó, tragando saliva—. Es tarde.
—¿Para qué? —Caminó hacia adelante, bajó su brazo y, cuando por fin lo tuvo cara a cara, le sopló—. No debería espiar al hermano de su prometida, ¿lo sabía? Es una falta de respeto que esté coqueteando conmigo.
—El que está coqueteando eres tú —refunfuñó sin quitarle la vista de encima a Rin.
—¿Tú? —replicó en un tono de burla—. ¡Qué grosero!
—Perdón —balbuceó nervioso e intentó retroceder, pero unas manos lo sujetaron de los hombros—. ¿Qué hace?
—Me vio desnudo y pretende fugarse como un criminal. ¿No merezco una disculpa? —Soltó a Nanase y se agachó a recoger su túnica blanca, con la que se vistió.
—Sí, lo lamento mucho —asintió, haciendo una reverencia—. Mis más sinceras disculpas, príncipe Matsuoka.
—Oh, vamos —murmuró carcajeando—. No te preocupes, al menos dime que soy guapo y la deuda queda saldada.
—Aun si no existiera una deuda, usted es... —susurró—, perfecto.
—Lo sé —canturreó emocionado. Que alabaran su apariencia lo animaba y agradecía a su madre—. ¿Le gusta?
—¿Quién? —cuestionó, desviando sus ojos azules hacia la tranquilidad de las aguas del oasis.
—¿Yo? ¡Por supuesto que yo no! —articuló conteniendo sus risas—. ¿Le gusta este lugar? Es especial para mí y no está permitido que otras personas estén aquí.
—Su pupilo le acompañó —refutó con algo de enojo. ¿Lo echaban a él y no a un empleado del reino?
—No es mi pupilo —musitó, girándose para acomodarse contiguo a Haruka—. Sousuke es mi guardián.
—Supongo que es valioso para usted, ya que dejó que conociera este sitio —rezongó, creyendo que el pelirrojo no descubriría su enfado.
—¿Puedo llamarte Haruka?
—¿Haruka? —repitió—. Está bien que me diga Haru si yo le digo Rin.
—Está bien que nos llamemos por nuestros nombres, pero no me hables tan formal. Me recuerdas a mi padre, y créeme, no querrás ser mi padre —advirtió con una sonrisita—. Ven cuando te plazca y conversemos, Haru.
—¿Me concedes una pregunta más? —interrogó, ladeando su cabeza a la izquierda, en donde se hallaba Rin.
—Sí —afirmó.
—¿Eres omega?
—¿Q—Qué? —titubeó, alejándose unos centímetros de Nanase—. ¿Por qué? Es decir, ¿por qué deduces eso?
—Tu olor corporal —respondió, aproximándose a Matsuoka—. Pensé que era algún perfume dulce, pero no es así. Desprendes un aroma muy...
—¿Muy qué? —Frunció las cejas.
—Muy embriagante —contestó, agarrando a Rin de la cintura—. ¿Eres omega?
—No necesitas saber si soy omega o no. Te casarás con mi hermana, que no se te olvide —gruñó, tratando de liberarse—. Suéltame, Haru.
—En Rajar, el pueblo asegura que el alfa es capaz de enamorarse de su omega en un día. ¿Entiendes el motivo? Yo no comprendía, pero ya sé por qué —declaró, inhalando profundamente hasta que sus sentidos enloquecían.
—¿Por qué?
—Somos destinados —aseveró—. Yo me casaré con tu hermana y, quizá, tú también contraigas matrimonio, pero cuando tu celo llegue, acudirás a mí. Yo gritaré tu nombre y tú te entregarás a mí.
—¿Y quién dijo esa estupidez? —Carcajeó asustado, aunque lo disimulaba—. ¡Tonterías! —vociferó, empujando a Nanase—. Soy un alfa, así que ni en tus sueños me doblegaré ante ti.
Nota: al fin puedo continuar esta historia xD. Perdón por la demora, ya no me iré tanto tiempo.
Espero que les esté gustando este fanfic, aunque apenas es el segundo capítulo y no ha avanzado mucho, uvu.
En fin, ¡nos leemos luego! <3
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Tú, mi diamante
FanficLa economía pobre de Rajar y el oro de Karabis provocó que dos poderosos reinos se unieran en un pacto que los beneficiaría a ambos con una boda entre los príncipes Haruka y Gou. Kazuma Nanase prometió semillas, frutas frescas y un vino que embriaga...