XXII: Poder

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Nota: perdón, eliminé el capítulo y volví a publicarlo. uwu


—Tan absurdo como que soy rey y debes respetarme, hermana.

—¿Rey? —repitió, aún en un trance de sorpresa por la noticia y los recién llegados—. ¿Me mintieron?

—No es un asunto que deba tratar con la segunda esposa —bufó Rin, tan orgulloso de cada sílaba que sus labios pronunciaban. Nunca hubiera humillado a su hermana, porque sí, él la amaba, pero también desconfiaba de ella.

—Te equivocas —objetó, esbozando una sonrisa hacia el pelirrojo que parecía más valiente—. Yo soy la primera esposa, eso no es un hecho que puedas cambiar. Tú eres el amante de mi marido.

—La que se equivoca eres tú —contradijo, y se giró hacia su derecha para dejar a sus bebés en los brazos de John y Sousuke—. Yo he sido un hijo que ha callado por años el abandono y he llorado en silencio para protegerte, pese a que tú desconfíes de mis intenciones —confesó, mientras movía sus piernas en dirección a Gou y su cuerpo se balanceaba con elegancia—. No quería lujos ni oro; no quería tierras ni sirvientes, sólo anhelaba un poco de cariño, pero incluso me martillaron el corazón.

—Es tu culpa por haber nacido como omega —gruñó, abrazando su vientre. Tal vez el ser que crecía en su interior sería su salvador—. Le trajiste una maldición a nuestra madre y por esa razón murió.

—En el pasado, yo tenía celos de ti. —Se detuvo frente a la alfa que no dudaba en imponerse y mirarlo con rabia y odio—. Tú eras hermosa, idéntica a nuestra madre. Tenías el amor de nuestro padre y sus consejos. Tenías libertad y podías elegir a un buen hombre, pero ambos nos enamoramos del mismo.

—Haruka era mío hasta que tu asquerosa naturaleza lo llamó a tu cama y lo envolviste en la lujuria —reclamó sollozando, pero esas lágrimas falsas ya nadie las creía—. Lo único que he amado y he deseado, tú te encargaste de quitármelo.

—Sí —admitió—, yo te quité a Haru.

—¡Cínico! —exclamó furiosa y levantando su mano izquierda para abofetear a Rin.

—No me golpearás más —sentenció, sosteniendo en el aire el brazo de Gou—. Yo he pagado muy caro tu desprecio. Me he callado para no lastimarte porque pensé que no te lo merecías, pues había cometido el error de enamorarme de Haru, pero ¡cuán tonto he sido! —murmuró, acompañando sus palabras de dolor con una risa fingida—. Tú no naciste con la capacidad de perdonar ni amar. Tú no amas a Haru ni a mi padre, no amas tu reino ni tus tierras.

—¡Lo dices para que tengan compasión de ti! —vociferó, y buscó con la vista a su esposo, pero éste sólo oía y contemplaba la triste escena de una princesa marchita y un rey bondadoso.

—¿Compasión? Me obligaron a contraer matrimonio, rompieron mis ilusiones; ¡me rompieron a mí ¿y tú me dices que necesito compasión?! —respondió sarcástico y casi quebrándose en el último instante, pero recordó que no podía. Mostrar sus debilidades engrandecía a su enemigo y él no iba a caer en una trampa—. Te di todo y lo rechazaste, así que ahora te lo arrebataré.

—N—No —balbuceó, retrocediendo. Era imposible, ella era una alfa y pronto gobernaría en Karabis—. ¡Yo soy...!

—Una niña caprichosa —concluyó la oración el mayor de los hermanos—. Y es por ese motivo que no serás una reina apta para liderar a un pueblo.

—Tú no tienes el derecho de ordenar en Karabis —refutó con la escaza esperanza de obtener una pequeña cantidad de satisfacción, no obstante, fue lo contrario.

Tú, mi diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora