XV: Estábamos equivocados

375 54 14
                                    


—Rin, quiero disculparme por haber ignorado tus sentimientos. —Se inclinó frente al omega, quien estaba sentado en una banca en la terraza de su alcoba con una manta cubriéndole los hombros del frío nocturno—. Sé que fui un egoísta, un estúpido y un idiota, pero yo no deseaba...

—Sousuke —dijo, interrumpiendo el discurso del otro—, eso ya no importa.

—Me importa a mí porque no puedo vivir sin tu perdón —confesó, agachando la mirada por la culpabilidad que sentía—. Yo no hice algo para salvarte y me hubiera gustado apoyarte como tú lo hacías conmigo.

—Eres libre de elegir a quién amar. —Colocó una mano en los cabellos oscuros de Yamazaki y los revolvió con amabilidad, sonriendo por ese gesto—. No estabas obligado a casarte por el cariño que me tenías y yo te comprendo, no te odio por haber obedecido a tu corazón.

—Tú eres digno de ser coronado en los cuatro reinos —aseveró, alzando su vista para contemplar la del pelirrojo—. Eres digno de portar una corona y gobernarnos.

—Dices tonterías —balbuceó, apartando su mano y desviando sus ojos a la derecha—. Yo soy un omega y sé cuál es mi lugar.

—Eres un omega que vale más que un alfa —corrigió al menor—. Tú eres la esperanza que buscábamos en Karabis.

—No pertenezco a Karabis —murmuró, reincorporándose del asiento—. Soy soberano de Rockland, nada más.

—No es cierto —objetó, siguiendo a Rin hacia el interior de la habitación—. Eso quieres creer, pero sabes bien que tú naciste para liderarnos.

—Te equivocas —bufó, conduciendo sus dedos a su vientre plano—. Estoy harto de que impongan sus deseos en mí.

—¡Eso es porque...!

El sonido de una puerta irrumpió en la recámara, secundado por la imagen del príncipe de Rajar. Los tres intercambiaron expresiones de disgusto y recelo, pero no protagonizaron un escándalo para no molestar al omega. Necesitaba descanso y respetaban las indicaciones médicas.

—Puedes retirarte, yo me encargaré de cuidarlo —ordenó Haruka, recibiendo un simple gruñido de Sousuke—. Vigila afuera, te acompañará Makoto.

—Claro —asintió de mala gana—. Permiso, Alteza. —Hizo una reverencia y se marchó, dejando saber su incomodidad.

—¿Qué hacía aquí a esta hora? —preguntó Nanase, caminando hacia su esposo—. No me agradada verlo en nuestros aposentos.

—¿Nuestros? —replicó—. Es mi cuarto, no el tuyo.

—También es mío —alegó con una mueca divertida—. ¿Cómo han estado? —Agarró el lazo blanco que sujetaba la bata negra del pelirrojo y comenzó a deshacer el nudo con suma paciencia.

—Estamos saludables, Haru —articuló, esbozando una sonrisa amplia al ver cómo su prenda caía al suelo.

—¿Quieres dormir? —cuestionó, depositando un beso en la sensual clavícula de Matsuoka—. ¿Prefieres que nos acostemos?

—Tú no prefieres eso —respondió envolviendo el cuello de su pareja—. Quiero hacerlo.

El pelinegro recostó a su amado en la orilla del colchón y cargó sus piernas en los hombros, se encargó de sus propias ropas y embistió a Rin. No necesitaban preparación, pues el lubricante natural del omega funcionaba rápido con él. Era como si ambos cuerpos reaccionaran con un simple roce y sin estimulación previa.

Tú, mi diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora