XXXVI: Tiempo para sanar

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Haruka abrió los ojos lentamente. Lo primero en ver fue el techo blanco de la habitación y, confundido, giró su mirada hacia la izquierda. La ventana y el balcón donde Rin solía estar sentado con los bebés yacía solitaria con esas cortinas rojas agitándose por el viento de la fría noche.

Era la recámara que compartía con el omega, de eso no tenía dudas, pero ¿qué había sucedido? Recordaba el momento cuando el barco de Seijuro estalló y comenzó a hundirse sin ningún sobreviviente que flotara en el mar. Él se desesperó en seguida y Sousuke quiso detenerlo sin éxito.

—Rin —balbuceó, intentando levantarse de la cama. Fue en ese instante que su vientre dolió como si algo lo atravesara y dirigió su atención a esa zona. Tenía cubierto el estómago y unas leves manchas rojas teñían las vendas.

—Oh, no te pares aún —bufó Makoto, quien caminaba hacia él con una pequeña tina con agua—. Sé que hay pendientes, pero tu herida fue profunda.

—¿Y Rin? —cuestionó, observando a su fiel compañero acercándose a él—. ¿Por qué no está aquí? ¿Y los niños?

—Tranquilo, Haruka —murmuró, sentándose en la orilla del colchón. Dejó la tina en la mesita del costado y sacó un trapo para exprimirlo—. Sakura y Niji están con Yamazaki en el patio, ellos han llorado mucho y no podemos calmarlos. Bueno, necesitan a sus padres, y...

—¿Y Rin? —repitió, interrumpiendo el breve discurso de Tachibana. Sabía que algo andaba mal, querían ocultárselo—. ¿Acaso...?

—No, no —negó, suspirando. Realmente deseaba decirle lo acontecido hace tres días, pero podría perjudicar la salud de su rey—. Tu esposo está vivo, aunque todavía no despierta.

—¿Qué? ¿Por qué?

—La embarcación de Seijuro explotó y luego la tuya, ¿lo olvidaste? —inquirió, contemplando la expresión de su amigo. Comprendía bien que había sido una situación difícil y era normal que ignorara los hechos para protegerse del daño—. Un pedazo de madera se incrustó en tu vientre y Yamazaki te salvó. Te llevó al navío en donde estaban tus hijos y también se encargó de rescatar a tu esposo —explicó, entristecido por la reacción de Haru. No parecía que sus pensamientos concordaran con sus últimas memorias—. La curandera del pueblo ya lo atendió y dijo que no nos preocupáramos por las heridas externas, sino por las internas. El lazo está fracturado y para un omega es igual a ingerir litros de veneno, así que debemos esperar a que recobre la consciencia.

—Yo no... —susurró con lágrimas rodando sobre sus mejillas—. Yo no fui por él, permití que sufriera. Es mi culpa.

—Estoy seguro de que él no te culpa —objetó, colocando sus manos en los hombros del soberano de Rajar—. Las circunstancias fueron desafortunadas para los dos.

-n-

Una semana había transcurrido desde la derrota de Los Usurpadores. Bahía de Calaveras era una ciudad libre, pero no dudaría para siempre. La gente empezaba a crear rebeliones para alcanzar el trono y se unían en tres bandos distintos que se atacaban entre sí para apoderarse de La Corona del reino.

Rajar se alzaba de la miseria, ayudado por Karabis, y reparaba el desastre producido por la guerra. El gobernante guiaba a sus hombres hacia un nuevo futuro, uno que era más pacífico y armonioso. Habían librado una batalla, pero no sería el final y debían prepararse para enfrentar cualquier peligro.

Tres de los cuatro reinos ahora eran aliados. Se habían convertido en una potencia y amenaza para los demás; Rockland al Oeste con flotas veloces y murallas impenetrables, Karabis al sur con oasis bellos y miles de costales llenos de oro, y Rajar al norte con las tierras más fértiles. Las relaciones amistosas y comerciales beneficiarían la economía de las naciones y los transformaría en el mayor imperio, liderado por una sola pareja.

Tú, mi diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora