Extra II: Sousuke y Makoto

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—¿Lo recuerdas? Solía venir por ti a esta área del palacio —murmuró Sousuke, que divisaba a escasos metros un oasis cristalino de paisaje sin igual. Era extraño estar ahí una vez más, pero ahora siendo un hombre común y corriente, y no el protector del príncipe—. Eres un rey, ¿o una reina?

—Cállate —refunfuñó el pelirrojo, quien comenzaba a desatar el nudo negro de su bata de seda para ingresar a las aguas tranquilas—. ¿Y dónde está?

—La curandera lo está revisando —respondió, enarcando una ceja al ver que Rin se desvestía sin importarle nada. Haruka iba a regañarlo cuando se percatara de ello y se pondría celoso—. Oye, no me conviene que estés tal como te trajeron al mundo. Tu esposo va a enojarse conmigo y no quiero escuchar sus malditos sermones.

—No los escuches, eres libre —enfatizó, caminando hacia el oasis que reflejaba los rayos ultravioletas. Su cuerpo, sin prendas que lo cubrieran, brillaba con la intensidad del sol proyectada en él. Las curvas de su silueta eran envidiables, seguía siendo tan perfecto y hermoso.

—Dime, ¿por qué vine al palacio? Estaba bien en el pueblo desayunando con Makoto —rezongó, enfurruñado por la actitud del soberano. Esa parte rebelde de Rin jamás cambiaría, pero era su esencia y era su fortaleza como individuo—. Sí, habría sido preferible que me quedara en casa.

—Viniste porque están revisando la salud de tu esposo —comentó, zambulléndose unos segundos en la profundidad de las aguas—. Ya te dije lo que tiene: está embarazado.

—No —negó en seguida, y no porque le disgustara la idea, sino porque lo habían intentado desde hace cinco años sin ningún resultado. Era imposible que Makoto estuviera gestando vida, no se haría ilusiones—. Soy incapaz de embarazarlo.

—No eres incapaz —refutó el de mechones rojizos, asomando su rostro en la superficie—. Eres muy ingenuo en estos temas a pesar de que cuidaste a tus sobrinos en su infancia. Tienes experiencia, Sou, deberías entender las señales.

—En las ocasiones pasadas...

—Eso no cuenta —objetó, interrumpiendo la negatividad de su amigo, y señaló la entrada trasera al palacio—. Anda, ve con él. Comprobarás que estoy diciendo la verdad. ¡Yo he cargado a mis tres hijos y sé lo que se siente!

—Eres como la mamá gallina de los huevos de oro —murmulló riendo, causando que el otro se indignara por el sobrenombre—. Sí, sí, me voy.

—¡Y mándame a los niños! —demandó, haciendo un mohín lindo con los labios—. Oh, y a Haru.

Yamazaki dio la media vuelta y se apresuró. Sus pasos resonaban en los pasillos, demostrando cuán desesperado estaba. ¿En serio esperaban un bebé? Normalmente, Rin no se equivocaba en sus predicciones, era como un brujo, pero ¿y si no? ¿Y si era una falsa alarma?

Empujó las puertas de madera en donde Tachibana debía estar con la curandera y tragó saliva. Exhaló hasta vaciar sus pulmones de aire y asintió, decidido a enfrentar lo que sea que el destino le tuviera preparado. Si venía un diminuto Sousuke en camino, lo recibiría con amor.

—Iba a ir por ti —reveló Makoto, quien avanzaba en dirección a su pareja. Su expresión era neutral, no mostraba felicidad ni tristeza. Quizá se había resignado a tener hijos.

—¿Y la mujer?

—Se fue hace unos minutos —informó, sosteniendo las mejillas de su amante. Le regaló una sonrisa y después se acercó para abrazarlo con dulzura—. Dijo que necesitabas ser paciente.

Tú, mi diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora