XIII: No te dejaré ir

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—Quiero disculparme contigo por haberte tratado como una prostituta. —Haruka se arrodilló frente al omega, quien estaba sentado en el borde de su cama—. Dije palabras que no pensaba, sólo me dejé llevar por el odio y la furia.

—¿Por qué?

—Gou le juró a mi padre que tú tendrías un bebé, pero eso no era cierto. Fue una mentira, era imposible que lo supieran en ese momento, ¿no es así? —Alzó su rostro angustiado y entristecido, recordando ese último adiós—. Perdóname, por favor.

—Bueno, seremos esposos a partir de mañana —respondió, deslizando sus dedos en las mejillas del contrario—. Al principio, sentí que me afectaba lo que tú creías de mí, pero eso se convierte en algo pasajero cuando te das cuenta de que hay problemas más graves por enfrentar.

—Sé que nuestro matrimonio es un arreglo para beneficio mutuo de los reinos, pero realmente estoy feliz —confesó con una voz aliviada y llena de alegría—. Será difícil para ti, ¿no es así?

—Igual para ti —murmuró sin interrumpir sus caricias en el rostro de su prometido—. Seremos fuertes, Haru.

—Sí, lo seremos, Rin —asintió, esbozando una sonrisa.

-n-

La boda se anunció al pueblo el mismo día en el cual se realizó, pues los enemigos se acercaban a Rajar; la amenaza era latente y no podrían celebrar en grande cuando navíos enteros estaban por tocar puerto en el reino. La fiesta había sido un banquete para miembros de suma importancia para La Corona, los reyes de Karabis y Rajar, y los tres príncipes que habitaban el palacio.

El acuerdo de Rockland y Rajar estipulaba: una convivencia pacífica para el beneficio de los reinos; un heredero al trono del norte, un niño o niña que nacería de Rin Matsuoka y Haruka Nanase; un grupo de soldados y barcos que lucharan por la sobrevivencia de los involucrados, trayendo la gloria a las familias. Si alguna de las dos partes quebrantaba las normas, la guerra sería inminente.

—¿Quieres que me desnude o prefieres hacerlo tú? —cuestionó el pelirrojo, observando al de cabellos negros que lo devoraba de pies a cabeza.

—Estás cansado —comentó, acercándose a Rin que no se movía de su lugar—. Durmamos.

—Haru, no soy débil, puedes tenerme esta noche. No me romperé fácilmente —aseguró, desatando el nudo de la cinta negra que rodeaba su cintura.

—No quiero que sea de esta manera —expresó con un suspiro pesado, uno que significaba dolor y frustración.

—No te amo, pero tampoco estoy sufriendo por esto. Creo que ambos estamos conscientes de lo que hacemos y por qué lo hacemos, no te acobardes —pidió a su actual esposo, y terminó por acortar la distancia que los separaba—. Quiero que me toques. Tócame y dime si te gusto, Haru.

Nanase tragó saliva, pero inhaló una vez más. Rin tenía razón; ellos no se amaban, pero la atracción que sentían era suficiente para concluir ese acto. Lo deseaba como si fuera la única gota de agua en un extenso desierto, como si su cuerpo lo atrajera más que la gravedad. El Príncipe Azul sucumbió a la belleza que se mostraba delante de sus ojos y contempló esa joya; lo admiraba por ser tan valiente y decidido, porque Rin era más que un simple omega que podía complacerlo.

Haruka agarró la cadera de Rin y caminó hacia la cama, en donde lo acostó con cuidado y paciencia. Se deshizo de sus pocas prendas; batas típicas de una boda y un par de zapatos negros. Quedó desnudo, ofreciéndose a aquél que recorría su piel con la mirada y se extasiaba de descubrir los lunares que adornaban su abdomen y pecho.

Tú, mi diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora