XXI: Retorno a Rajar

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—Los bebés se durmieron —anunció en un tono melodioso el nuevo rey de Rockland—. Dya quiere acompañarnos para cuidar a sus hermanos.

—Es una niña tierna y dulce —respondió Haruka, quien extendía sus brazos hacia Rin para recibirlo.

—Es una alfa, está aterrada porque su familia es como su territorio —expuso mientras se sentaba en el regazo de su esposo, de modo que los dos quedaran de frente—. Su territorio es intocable.

—Concuerdo con ella —afirmó, rodeando con su mano derecha la esbelta cintura de su esposo y con la otra se dedicaba a acariciar la espalda del omega—. Tú y los bebés son lo más importante que tengo.

—Lo sé —asintió temblando, pues su piel se erizaba con el tacto de su pareja—. Hoy no podemos.

—¿No? —replicó dudando, pero consciente de que Rin tenía razón. No podían hacer el amor—. Quiero hacerte mío.

—Soy tuyo, Haru —aseveró, esbozando una sonrisa; de ésas que cualquiera amaba sólo porque en él lucían tan hermosas y contagiaban de alegría.

—Me daré por vencido esta noche —refunfuñó, apoyando su cabeza en el pecho de su amado—. Zarparemos al amanecer.

—John irá como comandante de la flota —informó, temiendo por la reacción de Haruka. Sabía que, desde el embarazo, sus celos habían aumentado—. Arata piensa que estaremos más seguros.

—¿Y yo?

—Tú eres un príncipe, necesitas llegar a salvo a tu coronación en Rajar —expresó, suavizando su voz para tranquilizar el corazón del alfa que se enfurruñaba, aferrándose a él—. Si nos atacan, escaparemos juntos, ¿entendido?

—Entendido —murmulló, obedeciendo al dueño de su destino.

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El sol comenzaba a salir, iluminando los barcos que se agitaban con el estallido de las olas en la madera. Las banderas del reino se Rockland se ondeaban en el aire, destellando en la punta de la asta con el escudo del fénix; un símbolo de suerte y progreso. El ave acababa de renacer en una era de cambios y como el cabello de Rin Matsuoka, se encendía en un intenso rojo.

La tripulación se preparaba para adentrarse en las profundidades del mar y los gritos resonaban en los extremos opuestos. El capitán sería John, bajo la supervisión del rey a bordo. Sousuke tomaría el papel de consejero y estratega con el consentimiento de Rin.

En el lado contrario, Haruka lideraba el retorno a casa con una pequeña flota y soldados. Las velas se alzaban, las cuerdas se soltaban y las anclas se subían para partir hacia Rajar. En su navío, sus hijos y esposo descansaban en el camarote privado y exclusivo para la familia real.

La comunicación se realizaría mediante señas para avisar el avistamiento del enemigo o tormentas próximas. Además, John y Sousuke habían adquirido luces de bengala en tres colores distintos. El amarillo significaba precaución ante un barco sin identificar, el anaranjado para ataques de fuego y el rojo era la indicación de que Haruka Nanase y Rin Matsuoka debían huir con Sakura y Niji.

—Por favor, no se detengan —pidió Arata Kurosawa en una súplica a su hijo postizo—. Dya aguarda tu pronto regreso.

—Estaré aquí en un par de semanas —contestó el menor, tratando de calmar al hombre que lo había adoptado como uno más de su familia—. Si surgen problemas, cuide de mi pequeña.

—Lo haré, ve en paz —prometió, depositando un beso en la mejilla izquierda del pelirrojo—. Es la esperanza, Su Majestad.

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Tú, mi diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora