XVIII: Lienzo

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Los días de enero anunciaron un calor infernal en Rajar con la temperatura alta y el aroma frutal. En esa época, la gente debía prepararse para recibir los primeros brotes de los árboles y plantas. Debían vestir con prendas ligeras, blancas y sombreros de pajas con adornos florales. Los niños debían reír porque los copos de nieve desaparecían.

Pero no era así. El reino estaba sumido en una profunda tristeza y guardaban el luto de dos semanas. Las personas lloraban en la entrada del palacio y rezaban, mostrando un semblante lúgubre y apesadumbrado por la fatal noticia de la muerte de Rin Matsuoka y los dos futuros herederos al trono.

Afuera, en las calles se encontraban pétalos de rosas rojas, el color del príncipe fallecido, haciendo honor a su belleza y su encanto; haciendo honor a sus valores y la valentía con la que enfrentaba a su cruel naturaleza. En honor a ese omega, los habitantes vestían ropas negras e imploraban el eterno descanso del joven y sus hijos. Cualquier plegaria pronunciada iba dirigida a Rin Matsuoka, el milagro nunca olvidado.

Adentro, encerrado en cuatro paredes, Haruka Nanase sufría en silencio. Él había comunicado el trágico evento, jalando de la cuerda que colgaba en la campana para anunciar el deceso. Después de hablar un discurso en memoria de Rin con una voz quebrada y lágrimas en los ojos, el rey de Karabis lo había abrazado, diciéndole con ese gesto que lo dejara partir.

Por supuesto, al ser un príncipe, no podía darse el lujo de lamentarse la muerte de su esposo. Necesitaba ocuparse de su pueblo como Rin se lo había pedido y tenía que convertirse en un rey ejemplar. No pensar en los acontecimientos del pasado era la clave para no llorar en su habitación.

—Toraichi se fue —mencionó Kazuma, ingresando al Gran Salón, en donde Haruka solía estar para ignorar los hechos y centrarse en el papeleo y las quejas de los ciudadanos—. Gou viene mañana.

—¿Y Arata? —interrogó con la vista clavada en un pergamino quemado por la orilla—. ¿Se ha ido?

—Se marchó con su tropa esta madrugada —respondió, jalando una silla para ocuparla y ayudar a su hijo. Incluso sentía lástima por verlo tan débil, porque Haruka no era así. Nunca demostraba sus emociones—. ¿Hay información del paradero del enemigo?

—Sí —aseveró, agarrando una pluma negra del tintero—. Bahía de Calaveras es su dominio y Seijuro Mikoshiba se proclama como el rey absoluto del territorio con su hermano, Momotarou.

—¿Sabemos cómo es su hermano?

—Estratega y comandante de las tropas principales. —Firmó en una esquina del pergamino con sus iniciales y selló el documento con el escudo de su bandera; una cola de pescado cruzada con dos espadas y una corona de flores adornando la imagen por encima.

—Deberías dormir, zarpas al atardecer —sugirió Kazuma, rebatándole a su primogénito la hoja salpicada con sangre—. Ve a tu alcoba.

—No le digas a Gou mi ubicación —ordenó, reincorporándose de su asiento. Sacudió su traje azul con detalles dorados y recogió un par de carpetas antes de caminar hacia la salida—. No confío en ella.

—Es tu esposa y la hija de Toraichi —siseó, recordándole a su hijo que esa mujer continuaba unida a él y a su destino.

—No por mucho —concluyó, retirándose del salón con dos guardias detrás de él.

Las horas siguientes, Haruka se encargó de empacar lo necesario en una maleta café y partió cuando el sol se ocultaba en el horizonte. Le acompañaba una tripulación pequeña de diez soldados y su escolta personal para protegerlo.

Tú, mi diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora