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Duros y largos eran los días que debían vivir Ani y Anastasia. En sus cortos años de vida, habían tenido que cambiar tres veces la ciudad en que vivían. Cuando Anastasia tenía ocho años, le había contado a su mejor amiga que era un vampiro, la humana había salido corriendo, la había denunciado con los profesores que fueron en su busca para capturarla y entregarla al gobierno.

Cuando Ani cumplió los doce, mientras se le declaraba a un compañero de curso, producto de la emoción del momento desactivó el hechizo que ocultaba sus puntiagudas orejas, el joven se había largado a reír para luego perseguirla, buscando la fama por atrapar a "un monstruo".

Así, las dos chicas habían aprendido a no confiar en los humanos, pero en su camino había aparecido una esperanza, un joven alto de personalidad tranquila, que gustaba de los libros y que les había entregado amor y comprensión, cosas que creían habían desaparecido junto con quien consideraban su padre, un viejo espectro que las había adoptado, pues ambas eran huérfanas, ya que sus padres habían sido cazados por humanos que continuaban sin piedad la pelea que ya se suponía terminada. El espectro, de nombre Tommen, había tratado de inculcar amor y perdón en los corazones de ambas chicas, pues a su parecer, seguir con resentimiento solo llevaría a más sangre y dolor. Las había criado en el mundo humano, pues los restos del mundo no humano no eran un lugar seguro para dos pequeñas. Murió tranquilo, a causa de su avanzada edad, sabiendo que había traspasado paz a los corazones de aquellas dos pequeñas a las que consideraba sus hijas.

Ani había puesto el grito en el cielo al escuchar que Anastasia estaba pololeando con un humano.

‒¡Has perdido la cabeza! ‒le gritó, en aquella ocasión, la elfa.

‒Quizás, pero no daré un paso atrás ‒replicó ella, con firme determinación.

‒Los humanos ya nos han dañado antes, me dijiste que este se maneja en magia, eso lo hace peor aún, es más peligroso, podrían capturarnos en cualquier momento, debemos salir de la ciudad ‒continuaba Ani, histérica, mientras gesticulaba con sus brazos.

‒Estoy harta de huir, además, Gustav es distinto.

‒¿Gustav?

‒Así se llama.

‒Eh, mira ‒la elfa iba a contraatacar, pero se encontró con los ojos de su amiga, su casi hermana, mirándola y suplicando por una oportunidad para su amado, su suspicaz corazón cedió ante esa presión emocional que la atacaba en esos momentos, esa mirada de Anastasia derretía hielos‒. Espero no te equivoques ‒le había dicho la elfa, resignada.

Ani tenía un pasatiempo y era el de ver a escondidas a los humanos. Luego de lo que le había ocurrido cuando era más pequeña, había decidido no abrirse con ninguno de aquellos miembros de la especie que había asesinado a toda su raza, pero aun así, le gustaba "vitrinear", mirar a escondidas a jóvenes humanos e imaginarse siendo la novia de ellos, las cosas que harían, a dónde saldrían... su última afición era un joven grandote, que tenía un aroma espectacular, se sentía un manejo mágico bastante fuerte y, además, era muy guapo, lo seguía a hurtadillas y se imaginaba regaloneando con él. Su nombre al parecer era Gustav, pero no podía ser el mismo Gustav de Anastasia, su Gustav apenas podía hablar con las chicas, lo que lo hacía aún más dulce a sus ojos.

Fuerte fue la sorpresa, cuando se encontró con su Gustav siguiéndolas en el parque, aquel día en que habían luchado con esa secta de anti monstruos. ¿Su tan querido amor platónico era un Legionario? Más fuerte fue saber que su Gustav en realidad era el Gustav de Anastasia, su corazón se resquebrajó por dentro, un sonoro crack se escuchó dentro de la elfa. El dolor duró solo unos instantes, su mente, veloz, le recordó algo, la poligamia, dentro de las especies no humanas, la poligamia era algo bastante común. Esto no era algo antojadizo respondía a algo genético. A diferencia de lo que ocurría entre los humanos, en otras especies la proporción entre machos y hembras no era equilibrada, en casi todas las especies no humanas había un sobrepoblamiento de mujeres, así la poligamia se había instaurado en sus sociedades como algo normal. La elfa no se daría por vencida con lo que sentía por Gustav, pero no se lo arrebataría a quien sentía como su hermana, comenzaría a mostrarle las costumbres polígamas de sus especies y así, poco a poco, iría preparando el camino para su plan futuro, compartir a ese joven que les robaba los sueños.

Monster GirlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora