Epílogo

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Ahí me encontraba, con la mirada fija en la puerta, deseando que la próxima persona que entre sea él.

No voy a mentir, lo esperé.

Y lo seguiría esperando, porque hacerlo es una débil pero dulce tortura, porque se que todo quedará saldado cuando nos volvamos a ver, cuando nos sonriamos como si fuera la primera vez, cuando el comience con sus historias y yo continúe con las mías.

— ¿Vicchan aún no llega? —Me preguntó mi madre en algún punto de la noche.

—Posiblemente en el ultimo tren, estuvo ocupado esta semana.

Sentí como mi madre acunaba mi rostro—. Creo que es momento para que te distraigas un rato.

Sonreí en respuesta, era cierto. Después de todo, era el día en el que mi hermana por fin contraía matrimonio. Dos años postergando el gran momento para que a última hora ambos decidieran que querían algo más íntimo en la casa de nuestros padres.

Es por eso que me encontraba ahí, lejos de lo que uno podría llamar civilización. Esa era una de las razones por las que Yurio no pudo asistir, el lugar quedaba muy lejos y seria difícil pedir permiso en la academia donde estudiaba. Por otra parte, Víctor... él tuvo que presentar uno de sus manuscritos y firmar algunos papeles lo que retraso su llegada.

Me habría gustado estar con él en la ceremonia cuando mi hermana y su —ahora—. Marido compartían votos, me habría gustado estar con él en la cena cuando todos comenzaron a contar anécdotas y a reírse de las travesuras que hacíamos de niños.

Y si disfruté la fiesta, aun lo hacia, las personas reían y algunas bailaban: los novios se veían maravillosos, pero en algún punto comencé a escuchar la música lejana, dejé que los pensamientos nublaran mi mente y solo me quedó excusarme y salir.

Ya había disfrutado lo mío, una copa.

Ya reí lo suficiente, dos copas.

Ya bailé con las personas que tenía que bailar (por ahora), tres copas.

Pero yo también quería algo así de bonito, cuatro copas.

Entonces ¿Por qué ese vacío en mi pecho?... cinco copas.

Volví a mi habitación, no sé como, pero lo hice. Estaba consciente de algunas cosas, a diferencia de otras veces en las que había tomado, ya acepté el hecho de que el alcohol hará que pierda parcialmente la memoria.

Dentro de mi habitación decidí que era buen momento para perder un poco el tiempo.

Afortunadamente siempre cargaba con algunos materiales en mis maletas así que solo cerré la puerta y distribuí por el suelo las cosas; Papeles por un lado, pinceles y acuarelas por el otro... la vista era un poco —o tal vez muy—. Desastrosa.

Pero de ese desastre nacería algo hermoso.

Saqué el dibujo prohibido —al menos lo era para mí—. Y lo contemplé por un instante. Antes, lo prohibido eran los retratos de Víctor, pero cuando el tabú se volvió rutina, otro fue mi miedo.

Era mucho más simple de lo que cualquiera se pueda imaginar; los dos, uno de negro y el otro de blanco, intercambiando dos anillos que representarían la unión, una forma de recordar al otro cuando no este presente.

Solo eso.

Pero una parte de mi tenia miedo de mostrar exteriorizar ese secreto, por otro lado, había otra que quería gritarlo a los cuatro vientos.

Sentimientos en AcuarelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora