Capítulo 5

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Cuando era pequeño, me regalaron un cuaderno viejo con hojas muy gruesas las cuales utilicé para hacer dibujos de todo tipo.

Dibujaba a mi madre cocinando, a mi padre haciendo jardinería o a mi hermana estudiando. Podía dibujar cualquier cosa y no era para nada un profesional, pero mis padres vieron en aquel cuaderno una oportunidad de destacar.

Por eso, dos años después, me pagaron uno de los mejores tutores que había en la región: Un italiano extraño que tenía técnicas particulares de enseñanza, pero como aprendía.

Celestino tomaba cualquier material y podía hacer arte con eso; podía calcar con hojas, flores, la masa que mi madre usaba para hacer pan, él lo volvía uno de los mejores pinceles. Celestino no tenía límite y había algo que siempre me reprochó y era como usaba el lápiz.

No importaba cuando tiempo haya pasado desde aquel entonces, siempre que nos veíamos y evaluaba mi progreso, me regañaba por como dibujaba con lápiz.

«Lo siento Celestino» pensé mientras terminaba de tajar el lápiz y comenzaba con el boceto «Aún sostengo el lápiz de forma extraña y mancho las hojas»

Efectivamente, no pasaron ni diez minutos y yo ya tenía la hoja llena de grafito que arrastraba el dorso de mi mano.

Miré de reojo a Yurio, quien tenía la mirada fija en el papel y la levantaba ocasionalmente para ver al modelo. Él era el alumno perfecto, su hoja estaba —dentro de todo—. Limpia, movía su mano con agilidad y destreza, se veía han sumido en su obra que parecía que alcanzaría el nirvana artístico.

—Seguro a Celestino le encantaría tenerlo como aprendiz —murmuré, volviendo a mi tarea.

Escuché un débil silbido y levante la mirada para encontrarme con unos profundos ojos color cielo que me miraban expectantes.

—Yuri —canturreo Víctor, con una sonrisa—. No es bueno que un artista se distraiga. Miras tanto a Yurio que comenzaré a pensar que él es tu modelo y no yo.

—Yo... —me sudaban las manos e inconscientemente apreté el lápiz—. Yo estaba supervisando su trabajo.

Volvía a mi tarea y me concentré totalmente en ello, dejándome llevar por el momento. No volví a mirar a Víctor, tenía una buena memoria fotográfica, por lo que no necesité mirar muchas veces su postura o gestos.

Lo tenía grabado en la mente.

No sé cuánto tiempo pasó, yo solo seguí; trazando, sombreando y delineando. Tratando de recrear de manera perfecta lo que mis ojos había visto minutos atrás.

—Acabe —la voz de Yurio hizo eco en mi mente—. ¿Terminaste?

Lo miré confundido ¿Terminar? Ah... el dibujo. Le di un último vistazo, pues se podía decir que había acabado, no estaba como quería pero me había quedado bien.

Me sentí orgulloso de mi trabajo.

—Termine —asentí, mirándolo.

—Bien —sin pudor, Víctor se levantó y se acercó a nosotros.

Era inútil, aquel hombre era tan confiado y tenía tanta seguridad en sí mismo que seguro era capaz de andar desnudo por la calle sin importarle en lo más mínimo.

Se detuvo frente a los trabajos, Yurio exponía orgulloso aquel cuadro donde se podía ver claramente su estilo de líneas bien trazadas y mucho detalle. Muy diferente a mi estilo que era algo más tosco, muchas líneas y borrones, no le prestaba mucha atención a los detalles para poder concentrarme en lo que era importante.

—Umm —Víctor tomó ambos dibujos y los intercambio, entregándome el de Yurio y dando a Yurio el mío—. Mañana quiero que pinten esos cuadros con el material que quieran.

El joven rubio estaba molesto y se notaba, creo que hasta pude ver el humo saliendo por su nariz y sus orejas enrojecidas.

—Y ¿Por qué? —Reclamó —. ¿Desde cuando eres el que tiene el control aquí?

Su compatriota posó el índice sobre sus labios, entretenido—. Desde que tu abuelo me mando a que te supervise y desde que me di cuenta de que estas algo flojo.

Al ser el responsable del adolescente, me sentí ofendido, pero era cierto. No podía negar que en los últimos tres meses, Yurio no había mejorado su técnica y tampoco había aprendido nada nuevo. Solo estaba ahí, estático.

Me sentí culpable.

— ¿Cuánto tiempo pretendes molestar como mosca? —Yurio parecía escupir las palabras.

—Un mes, a lo mucho. De quedarme más tiempo, tendré mucho trabajo pendiente —Nos dio la espalda y volvió a sumergirse en el agua—. Bueno ahora disfrutemos del momento.

Solo Yurio volvió con Víctor, yo me fui a ponerme cómodo y abrigarme para no pescar un resfriado. Tomé el libro que estaba leyendo y comencé a "leer" los párrafos sin prestar atención, pasando las hojas sin retener nada.

Pensaba en mi propio avance; todas las personas avanzaban a su propio ritmo y ni Yurio o yo éramos la excepción. Pero no podía evitar sentir que lo estaba deteniendo.

Pese a que tenía 23 años, aun había momentos en los que me sentía como un adolescente que se hacía cargo de otro adolescente.

Rendido, cerré aquel libro y minutos antes de que me prepara para intentar dormir, alguien tocó mi puerta. Miré el reloj que tenía en la pared, antes de ir a abrir, marcaban las diez y media.

Sería una noche larga.

— ¡Víctor! —me sobresalte cuando abrí la puerta, no esperaba verlo a él.

—Yuri —me mostró una sonrisa—. Perdón por molestarte a estas horas.

Comencé a negar con las manos ¿A qué se debía todo esto?

—No, para nada. Pasa.

Víctor negó con la cabeza—. Te veías afectado por lo que le dije a Yurio y esto no puedo decírselo a él, pero tengo mis motivos para molestarlo.

Su sonrisa de pronto desapareció y aquella mirada melancólica volvió a hacerse presente.

— Su abuelo no está muy bien de salud, es un hombre fuerte pero el tiempo no perdona a nadie. Quiero que cuando Yurio vuelva a Rusia, no sienta que ha estado perdiendo su tiempo y termine botando sus aspiraciones por la borda, si bien es cierto que los artistas no ganan bien, estamos en el siglo XX y Yurio tiene el talento para destacar, pero tiene que saber explotarlo.

Cuanta verdad había en sus palabras, tal vez si yo no hubiera contado con el apoyo de mis padres, habría terminado estudiando alguna carrera que tuviera demanda de trabajo en la cual pudiera ganar un buen sueldo o al menos un sueldo fijo.

—Creo entender —Susurré, ahora preocupado.

—Así que no te lo tomes personal —Me dio unas palmaditas en el hombro—. Lo haces bien, pero definitivamente puedes hacerlo mejor.

Y se marchó, dejándome ahí... parado, pensando en las muchas posibilidades en las que podía mejorar.

Definitivamente quería demostrarle que podía ser muy bueno en lo que hacía.

Sentimientos en AcuarelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora