Capítulo 19

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No conocía personalmente al abuelo de Yurio, había visto algunas fotos de él y con ayuda de su nieto habíamos intercambiado algunas cartas pero podía decir con seguridad que era un hombre bastante cariñoso que se preocupaba mucho por su familia.

Por eso la noticia de su enfermedad también me desconcertó y preocupó tanto como si se tratara de un familiar mío. En cierto grado podía entender lo que era estar lejos de un familiar querido y no poder actuar de manera inmediata ante cualquier eventualidad.

—Tenemos que irnos —murmuró Yurio, con la mirada nublada—. Iré a guardar mis cosas.

—Yurio —lo retuve del hombro—. No hay nada que te lleve a la ciudad, el tren directo sale a las seis de la mañana y tomar los trenes que tienen conexiones solo harán que pierdas tiempo.

— ¡Pero tengo que irme! —Se zafó bruscamente y desvió la mirada—. Unos minutos pueden hacer la diferencia.

—No a esta distancia Yuri —Después de mucho tiempo, Víctor lo llamó por su nombre—. Nos iremos temprano mañana. La carta no dice que sea urgente, solo que el abuelo requiere vernos.

El rubio solo ignoró nuestras miradas y se alejó rumbo a su habitación, sin decir una sola palabra más, cabizbajo y notoriamente afectado.

Sentía ese ligero vacío en el pecho, ese vacío que aparece justo después de recibir una mala noticia junto con los leves escalofríos y la piel de gallina. Aquel nudo en el estómago y el desconcierto en los pensamientos.

—Creo que debería hacer algo como despedida —Comenté, sin dejar de mirar el piso tratando de despejarme, deseando que nada malo llegara a pasar en lo que ellos volvían a casa.

Sentí como la mano de Víctor levantaba mi barbilla y me obligaba a levantar la mirada— Que tal si tú preparas el postre y yo me encargo del plato fuerte...

— ¿Estás seguro? —Le había estado enseñando a cocinar y el hecho de que quiera preparar la cena me llenaba de un extraño sentimiento de orgullo.

—Quiero intentarlo... ¿Qué es lo peor que pude pasar?

—Por favor, no quemes la cocina —Entonces ambos sonreímos, genuinamente divertidos—. ¿Quieres acompañarme a comprar los ingredientes?

La alegría había durado poco en el rostro de Víctor. Volvía a tener esa mirada apagada, sonreía pero el sentimiento no llegaba hasta su rostro. Era una sonrisa de aquellas que uno hace para evitar preguntas.

Y entonces tuve un increíble impulso de abrazarlo, decirle que todo estaba bien, aun sabiendo que aquello podía ser una mentira. Quería que su rostro —ahora tan lúgubre—se volviera a pintar de colores.

—Me parece una gran idea, vamos —respondió.

Caminamos a través de las calles casi desiertas sin decir mucho, intercambiábamos una que otra palabra y cada intento que hacía por entablar una conversación, fracasaba. Pero era de esperarse.

Juntando todas mis fuerzas me acerque tímidamente a Víctor y enlace su pulgar con el mío.

Estoy seguro que reacciono al contacto, pero no dijo nada. De reojo noté como me miraba perplejo al principio, después solo desvió la mirada y continuamos caminando, el hecho que no haya apartado su mano reconfortó mi corazón.

El silencio se volvió nuestro amigo mientras caminábamos por aquellas calles desiertas, poco a poco y sin decir nada comenzamos a entrar en confianza. Habíamos enlazado un dedo, luego el otro y el siguiente. Así hasta que terminamos tomados de la mano. Sentía que el corazón se iba a salir de mi pecho con cada palpitar y en algún punto tuve que regular mi respiración para que no fuera evidente lo que esa pequeña acción provocaba en mí.

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