Cuando la vida cambia de rumbo, entendemos que hay muchos lugares maravillosos por explorar, experiencias por vivir, nos enfrentamos a nuestros miedos y los superamos. Nos damos cuenta de que siempre hay una luz en la oscuridad, la noche no es eterna... el amanecer siempre llega.
Y pese a eso... aun habían días en los que me sentía solo, era esa soledad agobiante que inquieta y martiriza, esa soledad que te hace sentir vacío y vulnerable. Aquella soledad que no desaparece aunque uno este rodeado de gente.
Los días en la ciudad eran bastante movidos y a diferencia de la vida en el pueblo, ya a nadie le importaba lo que hiciera o dejara de hacer. No importaba si llegaba muy tarde por la noche o si no llegaba, ya nadie me detenía en la entrada preguntándome si algo estaba pasando.
Algunos días —sobre todo aquellos en los que tenía demasiado tiempo libre—. Recordaba esas tardes en las que fácilmente podía encontrar algún lugar lejano y lleno de vegetación para sentarme y meditar, dibujar y dejar ir. Extrañaba esas tardes que pasaba jugando con las trillizas mientras les enseñaba a pintar sin salir de las líneas, recordaba las ultimas comidas que Yuko me había invitado... Aun podía recordar su rostro cuando le dije que me mudaría, recordaba el fuerte abrazo que me dio y como me hizo prometer que iba a volver para visitarlos.
—No te olvides de nosotros —Murmuró, ambos estábamos sentados en la pequeña sala de mi casa—. Te esperaremos para el cumpleaños de las trillizas.
—Haré todo lo posible por volver para esa fecha —Respondí, entonces mi mirada fue a un solo punto; mi estudio, que se encontraba en la cima de las escaleras, aun me preocupaba por esos cuadros celosamente guardados—. Yuko... ¿Puedo pedirte un favor?
—El que sea.
—Cuídalos mucho, algún día volveré por ellos —No tuve que decir nada más, ella entendió a la perfección. Asintió y por un breve instante, ambos miramos hacia arriba.
Sentimos como una fuerte ráfaga de viento entraba por las ventanas y estaba seguro que en el estudio, la fina cortina blanca que cubría los cuadros, se mecía débilmente al compás de la brisa primaveral.
— ¿Yuri? ¿Me estas escuchando? —Escuché la voz de mi compañero—. Iras con nosotros ¿No?
Phichit estaba parado justo al frente mío y sin embargo yo no me había dado cuenta de su presencia hasta que habló. Phichit fue el segundo aprendiz de celestino y —según él—. El que más tiempo le había durado. Aún era su aprendiz y también trabajaba con él, es por eso que llegamos a conocernos.
Él es un joven lleno de energía y sueños que no se molesta en esconder, siempre te ayuda con una sonrisa. Fue el primero en hablarme cuando me incorporé al equipo y ahora se puede decir que somos grandes amigos, después de todo, grandes relaciones se pueden nacer en un año.
—Vamos, Celestino no podrá ir pero me dio dinero así que podemos divertirnos —Phichit dijo entre risas mientras me ayudaba a incorporarme. Después de trabajar me había acostumbrado a sentarme en el piso a descansar.
Ambos nos dirigimos a un bar cercano, en el que pedimos una primera ronda de bebidas. Se supone que los demás colegas que teníamos se iban a unir a nosotros pero ninguno llegó, o tal vez se perdieron en el camino, el bar estaba tan bien escondido entre las calles que era difícil encontrarlo a veces ni siquiera ponían un letrero que lo identificara.
Pasó mucho tiempo antes de darnos cuenta de que no estábamos bien, comenzamos a reír y a balbucear pero aun así, tomábamos una copa más.
—Brindemos por... —la voz de Phichit se escuchaban tan diferente ¿O no?—. Ya no tengo motivos para brindar.
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Sentimientos en Acuarela
Fanfiction[AU] Yuri solía dibujar por las mañanas, cuando su mente estaba despejada y pintaba en las madrugadas, cuando el silencio de la noche lo acompañaba. Vivía en un viejo piso cerca de un pueblo lejano y compartía el lugar con su joven aprendiz. Su rut...