Capítulo 13

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Me encontraba en un estado en que ya no quería llorar, solo reír... y eso fue lo que hice. Comencé a reír como si no existiera el mañana, ganándome la mirada interrogante de Víctor.

«Oh Víctor, si tú supieras... Te reirías conmigo» pensé «Y cuando llegara Yurio nos reiremos con él»

— ¿Qué? —La voz de Víctor me saco de mis pensamientos, cuando comenzó a reír también—. Tienes una risa muy contagiosa Yuri. Deberías sonreír más.

—Si... bueno.

— ¿Qué haremos el día de hoy? —No tenía nada planeado en particular—. Quiero ese retrato de cuerpo entero.

—Bueno, podemos esperar a Yurio y salir a la plaza. Hay muchos lugares donde quedarías bien.

—Yuuuri —Víctor alargó mi nombre en lo que se sentaba en el sofá—. Vamos a comprar dulces.

—Iremos por dulces después de desayunar.

Me encamine a la cocina y Víctor me siguió por detrás como un perrito. Me dispuse a preparar las cosas para tener un buen desayuno: Puse el agua a hervir, saqué algunas cosas del refrigerador y la despensa para comenzar a acomodarlas en la mesa.

Todo eso bajo la mirada de Víctor, quien se había limitado a sentarse y observarme. No estaba acostumbrado a tener a alguien conmigo en esos momentos, el preparar la mesa era una tarea que hacia solo y estar siendo observado no me hacía mucha gracia. 

—Víctor —Dije minutos después de ir y venir por toda la cocina—. Saca las tazas del mueble que esta atrás de ti, por favor.

Tal vez verlo haciendo algo iba a quitarme la ligera incomodidad.

Al principio noté como dudaba, pero eso no le impido tomar las tres primeras tazas que vio y las colocó sobre la mesa.

—Gracias —Señalé otro mueble—. Las servilletas están ahí, eso más por favor.

—Es extraño —comentó mientras buscaba lo mencionado—. Estoy acostumbrado a despertar y tener la mesa arreglada y el desayuno listo. Nunca me preparé mi desayuno, una vez traté de hacerlo pero termine quemando la cocina.

Su rostro tan afligido mientras lo decía me hizo dar gracia. Podía visualizar a un joven Víctor tratando de preparar algo y que todo saliera catastróficamente mal, comencé a reír haciendo que Víctor me acompañe.

—Te enseñaré a hacer huevos revueltos —Prendí la estufa y coloqué una sartén—. Pásame la canasta.

La personas nacen con determinados talentos, aptitudes y hay tantas combinaciones como personas en el mundo. Las aptitudes culinarias de Víctor sumaban unos cuantos ceros detrás de la coma.

Rompió los huevos con más fuerza de la necesaria haciendo que la cascara cayera dentro de la sartén, golpeó la espátula y fue a parar al otro lado de la habitación, mezclaba con mucha fuerza y derramaba la preparación por los bordes, quiso sacar los huevos casi crudos y sin sal para después quererle colocar azúcar.

No vería a la cocina con los mismos ojos desde ese momento, el cálido recuerdo de ese día me acompañaría hasta el momento de su partida, sobretodo el hecho de que no podíamos dejar de reír.

Entonces noté que podía acostumbrarme a eso; enseñarle a cocinar, estar con Víctor mientras Yurio no estaba, quedarme hasta tarde pintando mientras Víctor escribía en su libreta... Un mes era el tiempo de sobra que necesitaba para acostumbrarme a alguien, para hacerlo parte de mi vida.

Y sentí como algo en el interior de mi pecho dolía y apretaba. Era increíble lo rápido que las personas somos capaces de encariñarnos.

Yurio llegó minutos después y solo se quedó mirando los dos platos de huevos revueltos que había en la mesa.

Sentimientos en AcuarelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora