5. Déjame ir

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Abrí los ojos poco a poco, mi cabeza dolía y estaba apunto de estallar.

Al recuperar mi vista del todo, porque hace unos momentos estaba borrosa. Pude observar bien donde me encontraba, no estaba en mi habitación y mucho menos en mi casa.
Estaba completamente oscuro y no se podía ver nada más que un pequeño rayó de sol que salía de una de las esquinas. Todo era de madera o por lo menos eso podía percibir.

Al momento de querer pararme, me di cuenta de que no podía, era imposible. Estaba atada a una silla que parecía no querer moverse de su lugar.

–¡Ayuda! –fue lo primero que se me vino a la mente. Nunca había estado en esta situación y vivirla en persona era mil veces peor que verla en la televisión.

La puerta se abrió, de golpe.
Dejándome ver a un hombre más que enfadado, se acercó violentamente hacia donde me encontraba y golpeó el respaldo de la silla.

–¡Te puedes callar de una maldita vez! –gruño enojado. Lo dijo tan bruscamente que logro salpicarme con su saliva.

Mi corazón latía rápidamente, este sería mi fin, iba a morir.

–L-lo siento –logré pronunciar.

–Estúpida –murmuró y salió de nuevo dando un fuerte portazo.

Intentaba tranquilizar mis sollozos pero se me hizo algo imposible. Ya no vería a mi familia, a mis amigos, a mi mejor amiga de toda la vida.

–Ten piedad, ten piedad de mi por favor –susurré al viento. Esperando a que mi mensaje sea enviado a cualquier santó.

Mi estómago gruñía, pedía comida.
Intente aplacar las ansias pero me era imposible, si no me mataba el lo más probable era que muriera de hambre.

La puerta se volvió a abrir, a diferencia que está vez, entro otro hombre. Cargaba una lámpara con el, supongo que porque literalmente estaba a oscuras en esta habitación.
Me alumbró. Mientras se acercaba podría ver que en su rostro cargaba una triste mirada.

–¿Estas bien? –se quejó parado frente a mi. Seguía alumbrando mi cara y fastidiaba la luz.

Sólo asentí, no iba a decirle ninguna palabra.

–¿Tienes hambre?

De nuevo asentí. Lo único que pude ver ante tal oscuridad eran sus ojos cafés. Lo vi salir de la habitación, dejando la puerta abierta. Esa hubiera sido mi mayor oportunidad, si no estuviera atada, claro.

Llegó con sus manos totalmente ocupadas. En una cargaba una silla mientras que en otra un plato de comida. En el hueco del cuello tenía una botella de agua.
Coloco la silla frente a mi y acto seguido se sentó en ella. Posó el plato de comida en sus muslos.

–Bien. Será simple, sólo abres la boca y comida tendrás –no quería, pero en verdad tenía hambre así que tan sólo asentí.

Acercó la cuchara a mi boca, con algo de frijoles. Los mastique satisfaciendo a mi estómago.

–Has estado durmiendo por tres días –admitió el hombre. ¿O chico?

–¡¿Qué?! –escupí la comida, la cara del sujeto ahora estaba llena de frijol–. Y-yo...

–Déjalo así –se limpió con la manga de su sudadera y me dio otra cucharada.

–¿Me dejarán salir? –pregunte con nerviosismo.

–Lo siento –bajo la mirada, eso dijo más que mil palabras.

Iba a morir aquí.

Enamorada de un asesino |Erick Colón| #PromiseAwards17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora