El Susurro del Diablo Libro I

ISABELLA

Tanto Katherina como sus amigos, fueron dados de alta al día siguiente. Los días pasaron con gran lentitud en el pueblo, las calles descoloridas y silenciosas. La gente cada vez salía menos de sus hogares, y preferían disfrutar del sol en los patios de sus casas. Pero, ¿Por qué? Ciertamente, desde la desaparición de Katherina, y posterior a eso también la del grupo de amigos, las familias se volvieron más reacias ante los sucesos ocurridos, se volvieron desconfiados.

Blaze Ville era un pueblo de 3.200 personas, las noticias volaban y, como dice el dicho: "Pueblo chico, infierno grande". A pesar de eso, Blaze Ville tenía cierta pizca de esencia originada en las calles de New Orleans. La gente del pueblo solía solidarizar con cualquiera que llegase ahí. La música irlandesa resonaba en las calles, sin embargo, las clases sociales se dividían por sectores. La familia Warren, y algunos amigos eran considerados, como una clase social medianamente alta, por lo que sus hogares estaban arriba de una colina a 6 o 7 metros cerca de la costa, lo que daba una excelente vista hacia el océano, no obstante, el clima había cambiado radicalmente. El verano estaba terminando, y poco a poco el otoño mostraba sus primeros pasos en el horizonte. Las nubes cubrían por completo el cielo, sin darle ni la mínima oportunidad a los rayos del sol, en lo que pareciese inusualmente una tormenta inesperada.

Katherina permaneció por varios días en su habitación, sentada en la ventana de su cuarto, taciturna, ida, pareciese que su cuerpo solo estaba despierto solo porque sí, como si su alma hubiera viajado lejos de su cuerpo.

Amanda estacionó su auto a las afueras de la casa de los Warren, los primeros relámpagos iluminaron los cielos de Blaze Ville y con ellos, cayeron las primeras gotas de una presurosa llovizna. Amanda bajó de su auto sin importar cuánto se humedeciera su cabello. Caminó rápidamente hasta la puerta y tocó el timbre. Charlotte se apresuró desde el otro lado a abrirle a la pelirroja.

―¡Amanda! Tardaste menos de lo que pensaba. ―comentó Charlotte permitiéndole a Amanda entrar a la casa.

―Salí antes de mi turno, y decidí venir inmediatamente. ―contestó con seriedad en el rostro.

Charlotte la observó con detenimiento.

―Amanda, ¿Qué sucede?

―No puedo seguir esperando, Charlotte, debo decirte la verdad.

La madre de Katherina se quedó en su lugar, mirando a la joven doctora algo confundida.

―¿Podrías ser más clara? ―solicitó Charlotte.

―En el fondo, tú lo sabes. Y mejor que yo.

La pelirroja dejó su bolso en el sofá y luego se quitó la chaqueta―. Es mejor que tomemos asiento. ―le pidió a Charlotte.

Charlotte permaneció en silencio, luego de sentarse junto a Amanda.

―Cuando llegué a este pueblo hace unos años atrás, vine con la intención de... ―hizo una pausa―. Investigar.

―¿Investigar, qué? ―preguntó Charlotte.

―A ustedes. ―respondió ella mirándola fijamente a los ojos.

La madre de Kat frunció el ceño con incomodidad.

―Yo he descubierto cosas. He visto cosas desde que era una niña. Yo no me crié en una casa con la típica cerca blanca, dos padres felices y un perro. No. ―comenzó a hablar ella―. Charlotte, mi vida fue siempre ligada a cosas sin explicación. Muertes y desapariciones extrañas. Crecí gran parte de mi vida en un hogar de niños, luego me adoptaron cuando tenía siete años. Dos años después mis padres adoptivos fueron asesinados, ―decía Amanda, con la mirada perdida―. yo misma los encontré cuando volvía de la escuela aquella tarde. Volví a quedarme completamente sola, la policía me encontró y me devolvieron al hogar de niños, pero yo escapé. ―explicó―. Desde ahí empecé a vivir en la calle, encontré refugio debajo de un puente, por las mañanas salía a pedir comida en las calles. La gente solo me ignoraba, pero hubo alguien...alguien que se detuvo y me ayudó. Un hombre alto, era joven y muy atractivo. ―dijo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas―. Él me crio, me dio un hogar, ropa, comida, estudios. Pero comencé a crecer y vi que él seguía siendo...él.