Elemento cero

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Una semana transcurrió desde el funeral de la madre de Daniel, y de la última vez que él vio a Katherina. Durante esos días, Nicholas y Nate se enteraron del artefacto que Katherina mantenía en su casa, el cual logró debilitar al demonio que poseía a Tyler, pero eso no era todo, porque ya se estaba corriendo la voz entre los seres del mal, sobre un sello perdido en la tierra, el cual podría ser capaz de encerrar a los jinetes en un lugar peor que el infierno, siempre y cuando estuviera en las manos correctas. Sin embargo, los jinetes y los demonios, eran los únicos enemigos de los cuales debían preocuparse.

El auto de los hermanos Montgomery aparcó fuera de la casa de los Warren, ambos hombres descendieron del auto, esta vez en compañía de un tercero. De apariencia avejentada, calvo y pareciese que se hubiera resignado a su calvicie al rapar los lados laterales de su cabeza. Las arrugas recorrían el contorno de sus ojos color café, impidiendo que hiciera una buena combinación con su piel blanca y caída por la edad, vestía ropas de sacerdote, lo cual podría evidenciar temor en los Warren al momento de verlo.

Samuel, tocó el timbre a la espera de que alguien se asomara a recibirlos.

―Katherina, ¿podrías abrir por mí? ―Charlotte vociferó la pregunta desde la cocina mientras hacía la comida. Katherina por su parte subía las escaleras del sótano cerrando la puerta con candado antes de tomar la petición de su madre.

―Enseguida voy. ―contestó sin más, aproximándose algo titubeante a la puerta, temiendo que pudiese tratarse de Nate, Nicholas o peor aún, Valak. Su mandíbula se desencajó y su molestia se interpuso entre los hermanos y la puerta tratando de cerrarla de sopetón, pero la gigante mano de Samuel la detuvo antes de que esta se cerrase.

―Venimos en son de paz. ―habló Samuel a la chica.

―¡Qué te chupe el Diablo! ―contestó ella forcejeando para lograr que el pestillo de la puerta encajara nuevamente en el marco de la puerta.

―¿Ya ves?, ¡te dije que se comportaría como una niñita caprichosa y ridícula. ―habló Michael con molestia.

―Mike, no comiences tú también. ―soltó Samuel a regañadientes, mientras el hombre de apariencias sacerdotales se mantenía en silencio observando las espaldas de los hermanos―. Katherina, no venimos a causar conflicto alguno, solo queremos hablar. ―continuó convenciendo a la joven―. ¿Ahora entiendes por qué la gente te pregunta si padeces de vejez prematura? ―inquirió dedicándole una mirada de exasperación a su hermano mayor quien lo observaba con incredulidad.

Katherina se despegó de la puerta para invitarlos a entrar, posando su mirada en el nuevo acompañante.

―¡Buenos días, jovencita! ―saludó el sacerdote.

―Buenos serán para usted, porque si yo fuera hombre, se me habrían reventado las bolas...

―¡¡Katherina, ese vocabulario!! ―exclamó su padre sorprendido apareciendo por la cocina, al mismo tiempo en que examinaba a los tres hombres con desdén― ¿A qué se debe esta...inesperada visita?, creí que les había quedado claro que no volvieran a pisar nuestra casa ―se dirigió a Samuel y Michael.

―Como ya le comentamos a tu hija, no hemos venido a crear problemas, venimos hablar de lo que está sobre nuestros hombros. El Apocalipsis ―arregló Michael devolviendo la seriedad y profesionalismo al asunto.

―¿Y cuál es el motivo de traer al sacerdote? ―preguntó Christopher nuevamente. El sacerdote esbozó una sonrisa de amabilidad y se acercó al hombre de ceño fruncido para estrechar su mano y presentarse ante él.

―Soy el padre Van Houten, aquel día estuve presente, cuando el grupo de cazadores los rescató de los jinetes. No pude presentarme antes con usted.

El Susurro del Diablo Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora