La Captura

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Los roces y las peleas no cesaban en casa de los Warren desde que Katherina anunció el robo de los diarios. Amanda analizaba las infinitas maneras que tenía para asesinar a su mejor amiga por el descuido. Sin embargo, Katherina prefirió intentar arreglar la situación antes de quedarse en casa a escuchar los descargos de los demás.

Instantes atrás le pidió a Melany la dirección del departamento de Demian, por lo que decidió ir sin avisarle a nadie. Golpeó la puerta perdiendo toda la delicadeza femenina, apoyando las palmas de sus manos en los marcos de la puerta.

―¡Maldición abre la puerta! ―masculló la chica.

Miró la hora en su reloj y apenas faltaban nueve minutos para las diez de la mañana.

Demian salía de la ducha asegurando el nudo de la toalla blanca que le cubría desde la cintura para abajo. Se aproximó a la puerta sintiendo la vibración que los golpes de Katherina causaban desde afuera.

―¡Ya voy! ―vociferó desde adentro― ¡Odió cuando golpean así mi maldita puerta! ―refunfuñó girando la manilla para encontrarse con el puño de Katherina en su nariz, lo que provocó que su pie derecho resbalara y se fuera de espaldas contra el piso― ¡Katherina ¿pero qué diablos te sucede?!

Replicó Demian levantándose del suelo con rapidez, perdiendo en el trayecto la toalla blanca, mostrando toda su humanidad frente a la chica, la que se paralizó al ver el gran bulto descubierto entre las piernas del fornido hombre delante de sus ojos.

―¡¡Aaaay!! ¡¡Tus cositas!! ―gritó fuerte y claro, tapándose los ojos al mismo tiempo en que zapateaba encima de la toalla. Demian se llevó las manos para cubrir su entrepierna, avergonzado y con sus ojos azules tan abiertos al punto de que pareciese que en cualquier momento se saldrían huyendo de la vergüenza.

―¡Ponte la toalla! ―exclamó Katherina observando por la rejilla de dedos que tapaban su rostro.

―¡Estás sobre ella! ―respondió Demian con alarma aguda en su ronco tono de voz. La chica dio dos zancadas al costado alejándose lo suficiente para darle privacidad al hombre.

―¿Ya puedo mirar? ―preguntó de espaldas a Demian.

Él se quedó en silencio por un momento. De pronto un ligero atisbo perverso lo sumergió. Podría ir hasta ella quitándose la toalla y sucumbir a la muchacha en los placeres más oscuros del placer, o bien, enfrentarse a otro golpe en la nariz, la cual no sangró mucho con el fuerte golpe.

―Sí, ya puedes girarte ―contestó― ¿Ahora me vas a explicar por qué has venido a golpearme a mi propia casa?

―¡Robaste mis diarios! ―contestó.

―¿Qué...?

―No finjas que no has sido tú, eres el único que sabía que esos diarios estaban en mi cuarto. ―lo interrumpió ella.

―Katherina, te prometo que yo no he robado los diarios. Jamás te haría algo así, eso lo sabes bien. ―protestó Demian en su defensa. Katherina volvió a la calma, respirando profundo y cerrando sus ojos por una fracción de segundos.

―Quiero creerte Demian, pero esto es muy extraño.

―Podemos resolverlo juntos, solo iré a vestirme, no quieres hacerme perder la toalla otra vez ¿verdad?

Katherina miró de reojo la cintura formada del hombre, agitando su respiración. Por lo que decidió alejarse y sentarse en el sofá cruzando una pierna sobre la otra.

―Date prisa ―respondió ella.

Maquinaba su mente, si Demian no fue quien robo los diarios; entonces solo quedaba una opción más. El Sacerdote, pero ¿y si tampoco fue él?

El Susurro del Diablo Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora