Poema LXXVI: Van los caballeros...

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Van dispuestos a morir los caballeros vestidos de fina seda, tejida por mano de su amada. Marchan a paso fúnebre al saber que caerán en batalla. El reloj de muñeca marca la medianoche, ya se escuchan los gemidos, los gritos y los sollozos, sin olvidar aquellos murmullos que por falta de valentía no fueron dichos a su tiempo con orgullo, los suaves susurros de aquellos que abrazan su destino sin temor. Allá frente a ellos se encuentra el temido ángel, de piel nívea y mirada ausente, una elegante y alta figura que roba literalmente las almas con solo pasar por el frente. Ése día los ricos caballeros se encontraron sin suerte puesto que el hermoso ángel le estaba haciendo servicio a toda la gente, fue así como a su paso tomaba en brazos a los hombres de aspecto descuidado, a otros poco afortunados que se encontraban en el lugar equivocado, incluso a unos pequeños niños que se le acercaron jugando y él los alzaba con sumo cuidado. Aquella hermosa silueta vestida con túnica poco ceñida, era sutil, era agresiva, era violenta, era calma, era bienvenida, y también poco querida, a esa hora los caballeros vestidos de seda se preocuparon en demasía, si bien tenia algo en común cada vez que daba su toque era su precisión y puntualidad, no erraba, y cuando así lo parecía era porque en realidad así lo quería. El ángel de la muerte no juzgaba, no criticaba, no dudaba, solo cumplía su labor encomendada, a ricos, a pobres, a felices e insatisfechos, a niños y a viejos, a héroes y criminales, a los felices amantes y aquellos a los que veía por segunda vez pero ahora siendo protagonistas en su visita, el cosechaba las vidas, tempranas o tardías. El ángel de la muerte por fin se acerco a los caballeros vestidos de seda, era su turno, algunos tratando de entablar batalla tendidos en el suelo caían, eran otros los que se acercaban y rendían. Cuando fue por fin el turno de aquel que de blanco vestía, la muerte dudo pensativa un instante, tras siglos de trabajo jamás lo había pensado ni un efímero momento, aquel hombre de blanco le recordó a su amada, se abalanzo hacía él y le regalo su frío abrazo. Que ironía, todo lo que hacía su amada el con sus manos lo destruía, era la vida que siempre se le acercaba y por más que el la sujetaba ella siempre huía.


Atenta y afectuosamente: MiguelSpeare

[Miguel Hernández]

Pd: Aunque se que éste no es precisamente uno de mis melosos poemas, me arriesgue a cambiar un poquito por motivo de octubre, espero se haya entendido.

¡Nos leemos!


Poesía: Sorpresa para el CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora