Capítulo 5

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Uno de ellos sujetaba un gran reloj de oro, mientras el otro sostenía un grueso rollo de pergamino y una pluma de lo que parecía ser un ganso. Para alguien como yo que vivió con muggles la mayoría de su vida, el hecho de que ambos magos hubieran tratado de vestirse como un no mago era evidente, aunque aún así no hubieran podido acertar mucho. El hombre del reloj por ejemplo, llevaba un traje de tweed con galochas hasta los mulos y su compañero llevaba una falda escocesa y un poncho.

-Buenos días, Basil -saludó el señor Weasley, tomando el traslador y entregándoselo al hombre de la falda, que lo puso en una caja grande junto al resto de trasladores usados, supongo, que eran cosas igualmente comunes como un periódico viejo, una lata de cerveza vacía y un balón de fútbol desinflado.

-Hola, Arthur -respondió el que se hacía llamar Basil-. Tienes el día libre hoy, ¿eh? Que suerte tienen algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... -vaya, lo adiviné. Si sigo con predicciones así, le quitaré el puesto a Trelawney-. Será mejor que salgan de ahí: hay un grupo numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperen... voy a buscar dónde están... Weasley... Weasley...

Consultó el pergamino que tenía en su mano.

-Están a unos cuatrocientos metros en aquella dirección -nos explicó señalando el camino-. Es el primer prado que encontrarán. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Diggory... segundo prado... Pregunta por el señor Payne.

El señor Weasley le agradeció y nos hizo una seña para que lo siguiéramos.

Comenzamos a avanzar por el páramo, sin poder ver mucho por la niebla, y luego de unos veinte minutos vimos una casita de piedra junto a una verja. Al otro lado, se veían como formas fantasmales las carpas dispuestas en la ladera de una colina, en medio de un campo, que se extendía por el horizonte. Nos despedimos de los Diggory y nos encaminamos hacia la puerta de la casita. Había un solo hombre en la entrada, vigilando las carpas. Con solo una mirada, me di cuenta de que él era un auténtico muggle, probablemente el único, pues estaba vestido como uno correctamente. Luego de unos segundos, se dio cuenta de nuestra presencia y volteó a vernos.

-¡Buenos días! -exclamó el señor Weasley alegremente.

-Buenos días -dijo el muggle.

-¿Es usted el señor Roberts? 

-Sí, soy yo. ¿Quiénes son ustedes?

-Los Weasley... Tenemos reservadas dos carpas desde hace un par de días según creo.

-Sí -dijo el señor Roberts, consultando una lista clavada a la puerta con tachuelas-. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque. ¿Sólo una noche?

-Efectivamente -dijo el señor Weasley.

-Entonces, ¿pagarán ahora? -preguntó el señor Roberts.

-¡Ah! Sí, claro... por supuesto... -se alejó un poco de la casita y le hizo señas a Harry, pidiéndole ayuda mientras sacaba de su bolsillo un fajo de billetes del mundo muggle y empezaba a separarlos. 

Estuvieron un buen par de minutos conversando en voz baja, antes de que el señor Weasley se volviera hacia el señor Roberts con los billetes correctos.

-¿Son extranjeros? -inquirió el muggle.

-¿Extranjeros? -repitió el señor Weasley.

-No es el primero que tiene problemas con el dinero -explicó el señor Roberts con una mirada de examinación al señor Weasley-. Hace diez minutos llegaron dos que querían pagarme con unas monedas de oro tan grandes como tapacubos.

-¿De verdad? -preguntó el señor Weasley en tono nervioso. Y no lo culpo, pues se supondría que el muggle no tendría que sospechar lo que ocurre, ¿verdad?

Charlotte y el Cáliz de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora