Capítulo 6

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Como la niebla empezaba a levantarse y el sol acababa de salir, pudimos ver con más claridad el mar de carpas que teníamos delante, extendiéndose en todas direcciones. Si soy sincera, miré a cada lugar al que llegaba mi rango visual con mucha curiosidad, pues me preguntaba como serían los magos de otros países. 

La mayoría de las primeras familias que vimos en pie, eran aquellas con niños pequeños. Jamás en mi vida había visto a magos y brujas de tan poca edad. Había de hecho un pequeño, de unos dos años, que estaba sentado muy contento a la puerta de una carpa con forma piramidal, pegándole a una babosa con una varita que asumo sería de uno de sus padres. Cabe mencionar también que esta babosa poco a poco empezó a adquirir el tamaño de una salchicha. Cuando pasábamos junto a él, la que parecía ser su madre, salió de la carpa.

-¿Cuántas veces te lo tengo que decir, Kevin? No... toques... la varita... de papá... ¡Ay!

Justo pisó la babosa gigante, que reventó sin más. El aire nos llevó por el camino la reprimenda de la madre, mezclada con los gritos de su hijo:

-¡Mamá mala!, ¡rompido la babosa!

Un poco más lejos de aquella carpa, vimos a dos brujitas, que parecían apenas algo mayores que Kevin. Ambas montaban en escobas de juguete que se elevaban lo suficiente para que sus piececitos rozaran el césped. Un mago del Ministerio, que parecía tener mucha prisa, nos adelantó murmurando con enfado en contra de la irresponsabilidad de los padres con el Estatuto del Secreto.

En fin, por todas partes, empezaban a salir de sus carpas magos y brujas que iban a prepararse el desayuno. Algunos miraban furtivamente a su alrededor antes de encender el fuego con sus varitas. A mí personalmente, me parecía que eso no era tanto, al menos no comparado a las carpas que habíamos visto antes, por ejemplo. Otros frotaban los fósforos contra las cajas con miradas escépticas, seguramente dudando de si el hacerlo funcionaría en realidad. Desde el interior de casi todas las carpas, nos llegaban trozos de conversaciones en idiomas extranjeros, que aunque no pude entender, me fascinaron, ya que todos hablaban con el mismo tono de emoción.

-Eh... ¿son mis ojos o todo se volvió verde? -preguntó Ron.

Oh, no, no eran para nada los ojos de Ron. Simplemente habíamos llegado a un área en donde las carpas estaban cubiertas por completo por una gruesa capa de tréboles, lo que daba la impresión de que fueran montículos de césped y ya. Dentro de aquellas carpas con portezuelas abiertas, se veían solo caras sonrientes. De pronto, oímos como a nuestras espaldas nos llamaban.

-¡Harry!, ¡Ron!, ¡Charlotte!, ¡Hermione!

Era Seamus, que estaba sentado delante de su propia carpa cubierta de tréboles junto a una mujer que debía ser su madre, y también junto a Dean.

-¿Les gusta la decoración? -nos preguntó Seamus con una sonrisa, en el momento en que nos acercamos a saludar-. Al Ministerio no le ha hecho mucha gracia.

-El trébol es el símbolo de Irlanda. ¿Por qué no vamos a poder mostrar nuestras simpatías? -dijo la señora Finnigan-. Tendrían que ver lo que han colgado los búlgaros en sus carpas. Supongo que estarán del lado de Irlanda -añadió, mirándonos fijamente.

Nos fuimos luego de asegurarle que estábamos a favor de Irlanda, aunque luego el comentario de Ron, nos hizo entender mejor el porqué:

-Quién se animaría a decir lo contrario delante de todos ellos.

La verdad es que me daría un poco igual. Por más que me emocione mucho estar aquí en el Mundial, es más que nada por el deporte, no es que me importen mucho los equipos o de donde vengan. Me importa como juegan. Ahora que lo pienso, con ese comentario, corro más peligro si lo digo que algún fanático de Bulgaria entre las carpas de Irlanda. Incluso corro peligro diciéndolo en frente de Ron.

Charlotte y el Cáliz de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora