Aurora no podía creer lo ocurrido horas antes, se sentía plena, nunca había experimentado nada igual. Decidió escribir en su diario y plasmar lo sucedido, tal y como lo había hecho con los besos anteriores, no quería olvidar ningún detalle.
Tomó el libro que guardaba debajo de su colchón y como una quinceañera comenzó a describir lo que ella y Sara vivieron en San Bernardo 1701.
-Fue en el último motel del pasaje San Bernardo, entramos en esa habitación, esa que había visto tantos cuerpos desnudos, que había escuchado tanta vulgaridad, que había servido de reino a par de vagabundos ansiosos de coger, perdón por mi vocabulario, pero esta historia no puede ser malgastada con palabras distinguidas y elegantes. La habitación de 12 metros cuadrados estaba impregnada de un olor particular: era un olor a usado, a huellas, a historia; la cama sonaba, lo comprobé al sentarme mientras pensaba en lo irreal de la situación. El colchón era más pequeño de lo imaginado pero se sentían aires de emancipación en él.
La luz se vislumbraba amarilla, había una mesa de noche de madera donde decidimos dejar el tabú. Un espejo en el techo que se extendía hasta la pared de enfrente nos daba la bienvenida a la cama, que se me asemejó a una lona, tatami, cuadrilátero, no sé con qué compararlo, pero allí habría violencia, descontrol y frenesí, era imposible no mirarme y sentirme burda, excitada e inmisericorde.
Decidí ir al baño, no sabía cómo empezar, y pensé que respirar sola podía ser un buen comienzo. Al salir, ya no habría escapatoria, y no quería huir, solo deseaba ser amarrada a esa cama de horribles flores, y que despertara la bestia que me estaba sollozando dentro.
Al salir, Sara estaba sentada al borde de la cama, de sus ojos brotaba el miedo y la ansiedad, pero también un deseo inagotable, no sabíamos cómo dar el primer paso. Le pregunté cómo se sentía mientras me acercaba a ella, di dos pasos desde el baño de aquel motel de baja estirpe, y doblé hacia el espejo, cuando de pronto sentí que una fuerte mano me tomó por la muñeca, y escuché su voz decirme: cuánto tiempo me vas a evadir, ya es un hecho no tenemos salida y con una fuerza inigualable me atrajo hacia ella.
Me abrazó por la cadera y posó su cabeza en mi vientre, fue el primer contacto directo de nuestros cuerpos; sin más, levantó mi blusa y beso mi abdomen. Separó su cara y viendo hacia arriba me buscó la mirada, quería verme enloqueciendo con el más pequeño de los besos y el mayor de los placeres.
El beso fue la llave que abrió el cerrojo, se puso de pie y quedamos frente a frente. Escuché salir de su boca: "eres mía Aurora"; lo era, lo soy; casi no me había tocado pero confieso que era su mujer.
Nos miramos, mientras sus brazos me rodeaban, sentía su respiración, realmente me dediqué a sentir, cerré los ojos y me deje llevar, sentí sus labios húmedos en los míos y suspiré profundamente, necesitaba aire para lo que se venía: un beso profundo, me besó con muchas ganas, mordió mi labio inferior, como si quisiera iniciar un juego, me besó profundamente, y de a poco fui sintiendo su mojada lengua, que no dejé escapar por mucho rato, la quería solo para mí, la chupé por mucho tiempo, era divino sentirla dentro de mi boca, estaba tibia y suave, con la medida justa y sabía cómo utilizarla. El juego se inició de la mejor manera, el beso anterior no se comparaba a este, aquí había tiempo y espacio para dejarnos llevar por el deseo. Me comí su boca y ella la mía; nos sentimos, fue un beso espontáneo, firme, cálido, con intención y alevosía, con gusto, pasión, furia, como con necesidad, nos dijimos a través de él, la falta que nos hacíamos.
De ese vacío no éramos conscientes, pero en el instante pensé que había esperado ese momento toda la vida, fue el beso que más he disfrutado, era prohibido, exquisito... pasaron unos minutos y comencé a soltar la tensión. Yo también la tomé, le acariciaba los brazos, pero no quería ir rápido, quería disfrutarla pausadamente, pero con firmeza. El beso se tornaba más intenso, nuestras bocas salivaban, era el erotismo en su más viva expresión. No soporté el deseo, y pasé mi mano abierta y con determinación por su espalda como si quisiera dejar mi huella en ella; quité su blusa y comencé a besarle el cuello, Sara soltó un sonido ahogado, era el placer que se manifestaba. Metí mi mano por detrás de su cabeza y enredé mis dedos en su hermosa cabellera; sin pensarlo jalé su pelo y el cuello frente a mí se abrió para que lo besara, me invitaba. Me lo comí a besos, pasé mi lengua solitaria por él. Aquella mujer sabía divino, me excitaba, el sonido de tu respiración cada vez más fuerte y cortado, me indicada que su sexo ya estaba mojado. Mientras la besaba, hábilmente Sara desabrochó mi brassier, aun tenía puesta la camisa, pero eso no le impidió tocar mis senos; sentí sus suaves y sudorosas manos en ellos, sentí desfallecer, en realidad estaba pasando, me sentí plena de que aquella hermosa chica me tocara. Mi boca en su cuello y sus manos en mis senos eran la gloria. Apretó divinamente mis pezones; eso me hizo soltar un gemido. Tenía muchas ganas de hablar y decirle cuanto me gustaba estar con ella, pero ese momento no era para emitir sonidos que no fueses de éxtasis.
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¡Cuando toca, toca!
RomansaLa historia de dos mujeres heterosexuales que consiguen en la otra una nueva manera de amar. Una novela que refleja las vivencias de mujeres que nunca se conocieron como lesbianas pero que viven la pasión con mucha confianza a pesar de las dudas y l...