CONFESION, CONSEJOS E INTERFERENCIAS

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Amaneció lentamente y ella ya se había levantado hacía dos horas. Le encantaba hacerlo, desde siempre. Madrugadora como pocos, no podía comenzar su día sin tener todo programado.

Estaba envuelta en su bata, había tomado una larga ducha y entonces bebía una taza de chocolate caliente. Desde que se había enterado que estaba embarazada éste había sido su fiel compañero en horas tempranas. Había decidido dejar el café, por indicación de su partera, sin embargo su marido encontraría una taza humeante en cuanto se levantara.

-Buenos días amor- dijo Ron en su cuello, seguido de un tierno beso. – ¿Ya tienes todo listo?

-Si mi cielo- mientras besaba su frente y le servía el desayuno- Me cambio y salgo. No quiero demorarme, antes voy a pasar a ver a Ginny no se sentía bien ayer y Molly se quedó con ella.

- Voy contigo, no me gusta que vayas sola.

- Ron, solo voy de compras y ya basta con tantos cuidados, estoy embarazada puedo hacer de todo- poniendo sus dedos en la boca para acallar su respuesta y lo miró fijamente y él supo que la batalla había sido perdida.

En casa de los Potter las preocupaciones se habían terminado, Molly se había ocupado de todo, nada que un simple poción  pudiera curar, pero lo que le había costado más fue convencer a Harry de que se trataba de  una simple indigestión. Demasiados antojos.

Hermione caminaba lentamente por el callejón Diagón, la fría brisa hacía estragos en su ya salvaje cabellera, por suerte la tienda de bebés estaba cerca.

La Srta.  Hope Malkin, nieta de Madam Malkin, se desvivía por atenderla, había sido una asidua cliente desde que empezaron a llegar los niños a  la familia Weasley, primero había sido Victoria, hija de Bill y Fleur, luego los hijos de Percy, pero su favorito siempre sería James, el pequeño Potter, que ya mostraba rasgos de merodeador en sus escasos dos años. En cambio ahora sus compras serían para su hija, Rose, la princesa que venía en camino.

Entre batitas de fino algodón, bordadas delicadamente, mantas suaves de dulces aromas, escuchó la campanita del negocio que anunciaba la llegada de un nuevo cliente. Grande fue su sorpresa al ver a la sra. Malfoy, no había vuelto a verla desde el juicio de su familia, siete años aproximadamente.

La expresión que encontró en su rostro era de nostalgia, seguramente sus recuerdos la habían invadido, una lágrima asomaba en sus ojos, sabía cómo se sentiría.

Hermione acercándose a ella le ofreció un pañuelo, temiendo su reacción,  por la  experiencia de su niñez, cuando había abandonado la tienda al encontrarse con una sangre sucia. 

-¿Se siente bien señora Malfoy?- preguntó Hermione tímidamente.

- Si, muchas gracias, solo fueron recuerdos, nada más, le agradezco- mirándola con sorpresa y con una leve sonrisa, secó las lágrimas que habían empezado a aflorar.

- Espero que sean los mejores recuerdos entonces- le dijo Hermione y continúo con su búsqueda.

La castaña necesitaba ropa de cama para el cuarto de su beba, toallitas y algunos baberos, de lo demás su madre ya se había ocupado y Molly le había tejido lo necesario. Pero cuando se trataba del primer hijo nunca es suficiente.

-Es una niña- le susurró Narcisa con sorpresa- lo siento-conteniendo un sollozo-siempre quisimos una hermanita para Draco, pero lamentablemente no se pudo, fue un parto complicado con secuelas- secó sus nuevas lágrimas- Perdóneme señora, no quise demorar su elección y menos entristecerla con mis recuerdos, le devolveré el pañuelo en otra ocasión si no es problema para Ud.

- No es ningún problema para mí- la miraba Hermione  más sorprendida por la confesión que por el mero hecho de entablar una conversación- perdóneme Ud el atrevimiento, ¿le importaría aconsejarme? no puedo decidirme entre llevar éste juego de ropa de cama con las lunas bordadas o éstas con las rosas rococó.

De esta manera y casi sin querer Hermione había iluminado la mañana de Narcisa, había entibiado su frio corazón.

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Ron había preparado el almuerzo, evento que ocurría cuando algo andaba mal, lo había hecho las veces que se sentía culpable por algo.

-¿Ron?- preguntó temerosa, dejando las compras en su sofá predilecto.

- En la cocina nena, ven que se enfría- Ron cerraba la ventana, había enviado una nota con una lechuza.

Hermione lo miró como esperando una explicación de todo- Nota de San Mungo, querían saber si cambiarías tus horarios, les respondí que por tu estado lo reduzcan a las tardes solamente- le respondió sin mirarla, había cometido un gran error y él lo sabía muy bien.

Su esposa aún estaba estupefacta, pensó que no había escuchado bien- Ronald, tú hiciste qué?- lo miró frunciendo el ceño- ¿desde cuándo tomas mis decisiones? Ron yo trabajo y lo seguiré haciendo hasta el octavo mes y luego tendré mi licencia y para eso todavía faltan 2 meses así que por favor no interfieras con mis asuntos y menos si se tratan de mis obligaciones- había levantado tanto la voz al final que terminó a los gritos.

Volvió sobre sus pasos sin esperar respuesta  y salió hacia el Hospital para intentar solucionar el error que había cometido su marido.

De repente su día se había enfriado y Ron había estallado la burbuja de calma y felicidad en la que había regresado a su hogar.

Siempre fue ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora