Sentada frente a su tocador, mientras a sus espaldas se desataba el caos típico de una boda, Rose recuerda sus días.
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Desde niña Rose Weasley se había sentido atraída por el joven Lupin, para ella era todo un misterio. Desde su extraña capacidad metamorfomaga, pasando por la inteligencia sagaz a desesperar hasta el inmenso corazón lleno de amabilidad y tolerancia, clara herencia de sus padres. Pero lo que más le había llamado la atención era su humor, esa chispa irreverente que lo convertía en el último merodeador por derecho propio.
El primer recuerdo que tenía de Teddy databa de sus cinco años de edad. Un instante que volvía a su memoria cuando necesitaba aferrarse a una imagen que le diera seguridad y confianza. Todo había sucedido durante el cumpleaños número doce de Victorie, la nieta mayor de los Weasley, los de la tercera generación dorada como le solían llamar los abuelos. La rubia era la eterna novia del colorido mago adolescente y en ese momento era el centro de la fiesta, como correspondía a tal evento. Todos disfrutaban de la fiesta en la Madriguera, excepto Rose. Por ser una de las menores la dejaban de lado, entonces prefirió, con autorización de sus padres, alejarse hacia los juegos infantiles que había en el bosquecillo que rodeaba a la restaurada casa de sus abuelos. Se balanceaba en la hamaca hecha con un neumático desgastado del Ford Anglia que había pertenecido a su querido abuelo Arthur cuando escuchó un suave plop a sus espaldas, típico ruido de una aparición.
Allí estaba su tía abuela Andrómeda, siempre tan elegante y él, con su cabellera azul cielo, jeans desgastado y remera con la imagen de un grupo de rock estampado en el pecho. A su tierna edad Rose sabía dos cosas, que su prima se enojaría mucho por el vestuario de su novio y la segunda y más importante que a ella le encantaba verlo vestido con un look tan muggle. Teddy se percató de su presencia y se acercó a saludarla.
Rose nunca olvidó lo que él le dijo en esa oportunidad, aunque para ella era un chiste sin sentido, esa frase quedó grabada en su memoria- ¿Cómo está mi futura esposa? Y tomó una de las delicadas rosas blancas del ramo que llevaba de regalo y la puso como adorno en la enmarañada cabellera de fuego. Rose solo pudo sonreír tímidamente, no entendió ese gesto pero se sintió reconfortada, incluída, cuidada.
Después de ese día fueron pocas las veces que lo vió, Teddy estaba en Hogwarts y su memoria de los hechos cotidianos se había esfumado. Menos ese encuentro.
Así pasaron varios años hasta que Rose Weasley ingresó al colegio de Magia y Hechicería. Fue sorteada en la misma casa de sus padres, como era de esperarse. Entonces, "la niña de fuego", como la llamaba la abuela de su fiel amigo Scorpius Malfoy, la hija de los héroes de la guerra, estaba en Gryffindor y ese año Ted Remus Lupin fue elegido Premio Anual, como también era de esperarse. Ese año tampoco pudo estar mucho tiempo en contacto con él, ya sea por sus obligaciones escolares pero sobre todo porque el poco tiempo que él disponía lo compartía con Victorie, la bella y coqueta Weasley, su novia.
Aunque nunca faltó la rosa blanca.
Cuando Rose abría sus libros en clases mágicamente aparecía un dibujo de ella en la esquina de la página leída, era la presencia constante de su futuro marido, como ella recordaba con una sonrisa.
El año siguiente, fue el que marcó a la familia Weasley-Granger, el año donde Rose perdió a su padre de la manera más cruel y dolorosa, víctima de una venganza. A los doce años, cuando estaba dejando de ser una niña ella se quedó sin compañero de juegos, el hombre que la cuidaba, la mimaba, su compinche, su cómplice. Y esa ausencia la marcó. Estaba sola, se sentía casi vacía.