Era la mañana de un dos de Enero muy frío. Las tazas de chocolate caliente sobre la mesa de la cocina desprendían su esencia, el sol estaba ausente, nevaba lentamente.
Hermione había puesto sobre una de las sillas la caja con sus textos escolares, Rose la ayudaba, no paraban de hablar, su hija le recriminaba que no la había dejado llevar esos libros a la escuela, la madre le explicaba que casi veinte años habían trascurrido desde que ella había concluído sus estudios es Hogwarts- algunos conceptos cambiaron mi vida y mis anotaciones pueden no ser de tu interés yo era muy fastidiosa, lo reconozco, Harry y tu padre me odiaban cuando se acercaban los exámenes, no los dejaba dormir y de Quidditch no se hablaba- reía ella al ver la cara de incredulidad de su hija, Rose compartía con su padre el amor por ese deporte, lo llevaba en la sangre.
-mamá solo es cuestión de organizarse, se puede con las dos- manifestaba- ahora no entiendo ¿por qué no redujiste la caja? es inmensa, ¿cuántos libros tienes?
-los libros se dañan cuando los reduces y para mí no hay nada más sagrado que ellos- explicaba- sin contar Uds., obvio- sacaba libros y los ubicaba de acuerdo a la materia y año- estos ya los leíste, ¿cuál necesitas entonces?
-el de Historia de Hogwarts, perdí el mío.
-acá está- lo extrajo con excesivo cuidado, al ser su favorito lo tenía envuelto en papel de seda blanco. Desenvolvía el paquete con adoración- está un poco gastado, lo leía una vez al mes seguro- se excusaba antes de llegar a él, pero el libro que encontraron no parecía tener mucho uso todo lo contrario las finas tapas de cuero negro con el labrado del escudo de la mejor escuela de magia y hechicería eran un detalle que el libro de Hermione no poseía- no puede ser- refunfuñaba bajito- éste no es el mío.
Con su varita lo inspeccionó- specialis revelio-susurró. No había encontrado en él alguna señal de peligro, recién entonces lo tomó entre sus manos, lo acarició. Suavemente deslizó su mano por el cuero que forraba las tapas, era de la más fina calidad y lo abrió delicadamente, un aroma conocido llegó a ella, no pudo identificarlo, lo acercó a su rostro y pasó las hojas, la fragancia se intensificó. Cerró los ojos mientras miles de imágenes de su infancia en la escuela desfilaron por su mente, sin querer sonreía. Rose la miraba extrañada, pues parecía estar en un trance entonces prefirió quedarse sentada, callada, absorta por la variedad de gestos en el rostro de su madre.
Lentamente abrió sus chocolatosos ojos, esas visiones la mostraban a ella, protagonista de una biografía hecha de imágenes que entonces recordaba. Una desconocida emoción oprimía su pecho, añoranza, nostalgia, melancolía o pena, no podía discernir cuál era exactamente.
Entre muchas, se había visto descender por la escalera hacia el gran salón con su primer vestido de gala, a Víctor que la recibió cual si fuera un príncipe, sonriendo en su primer baile emocionada, levantando su mano en una clase de Transformaciones, con el ceño fruncido al levantar la vista y girar la cara enojada, caminando presurosa cuando salía del comedor con su melena de rizos indomables cayendo hasta la cintura, riendo muy feliz sentada cerca del lago, pero la última imagen la dejó pensativa, ensimismada, girando bruscamente y levantando el puño enfurecida y lanzando el golpe.
-mamá, ¿estás bien?- preocupada preguntó Rose que la sacó de sus pensamientos.
-muy bien, solo recordaba- entonces el aroma que la había transportado varios años atrás fue identificado.
-dijiste que no es el tuyo, ¿sabes a quien perteneció?- tocaba su mano mientras señalaba al libro con su cabeza.
-no, no sé de quién puede ser- mintió, por primera vez en su vida ella le ocultaba la verdad a su hija, pues sabía perfectamente quien era el propietario, las iniciales elegantemente dibujadas en la primera hoja fueron la prueba irrefutable- seguramente se confundió en el lío que era mi habitación cuando guardaba todo- sonreía- mis compañeras eran unas desordenadas- se justificó.