Las amigas se habían reunido desde temprano, discutían los pasos a seguir en el tratamiento del "paciente misterioso". Así llamaban los empleados del hospital a Lucius, pues sabían que una persona estaba alojada en el piso de los recluidos pero al no poder acceder al lugar, desconocían la identidad de éste aunque sospechaban de alguien peligroso. Nadie tenía autorización para entrar allí, solo ellas, los Aurores a cargo y por supuesto su familia que lo hacía por una chimenea privada.
El consultorio de Luna era un lugar de paz. De paredes celestes, cortinas blancas que dejaban entrar mucha luz, mobiliario blanco pristísimo, almohadones amarillos y en los jarrones las margaritas completaban un cuadro perfecto, armónico. Calma, luz, Luna.
-Adelante por favor- sonó suave la voz de la Srta., Lovegood.
Los Malfoy hicieron su ingreso y se sorprendieron al encontrar a Hermione allí pero su presencia los tranquilizó, necesitarían una cara amiga.
-hola Sra. Malfoy, Draco, es un placer verlos de nuevo, desean tomar algo, té, café, agua, Uds. dirán- ofreció amablemente- Draco los nargles abundan en tu cabeza.
-Muchas gracias pero no – Narcisa la miraba extrañada.
El rubio había girado hacia Hermione, la fulminaba con la mirada pero ella sonreía despreocupada.
-Sra. Narcisa ahora que la veo después de tantos años quiero agradecerle por las atenciones en su casa, el Sr. Ollivander y yo no habríamos sobrevivido si Ud., su esposo y Draco no se hubieran arriesgado a cuidarnos- había iniciado la charla Luna, incomodando a todos, como siempre- Uds. también estaban presos allí verdad, porque eso se notaba cuando bajaban a ayudarnos cuando podían hacerlo, mucho miedo y arrepentimiento pero fueron muy valientes, yo sabía que no habían perdido la esperanza en Harry. Gracias- los miraba con sus ojos celeste cielo que reflejaban su alma pura libre de rencor.
Narcisa y Draco palidecieron ante lo que Luna había revelado pero Hermione era la más sorprendida de los tres.
-Cierra la boca Hermione o los nargles de Draco van a entrar por allí.
Sentado junto a la ventana Lucius miraba sin ver, el desasosiego lo abrumaba, regresar a ese oscuro lugar donde no había esperanzas, donde día a día perdía las ganas de vivir. Un sitio de miseria para miserables como él. Aceptaba su destino, destino de horror y muerte.
El horror ya lo había vivido, solo le quedaba la muerte y antes de que ella llegara necesitaba encontrar paz para su alma, la paz del perdón.
Aunque su condena estaba llegando a su fin, él no tenía ganas de seguir, solo deseaba paz, y en Inglaterra no iba a conseguirlo.
-Hola señor, qué gusto verlo- Lucius giró su cabeza abruptamente y miles de recuerdos volvieron a su mente tan castigada.
-No por favor, no más- los sollozos comenzaron como tantas noches, como tantos días- me arrepiento, perdón por favor, perdónenme nos quise, no tenía otra opción.
- Todo está bien, ahora estoy segura, nada puede dañarme, Ud. me cuidó- las palabras de Luna lo habían alertado y la miraba sin comprender.
Acercándose a él sin miedo sujetó su mano y lo guió al sillón- venga conmigo debemos hablar, todo pasó, venga,quiere un caramelo de limón señor Malfoy.
Luna dirigió una mirada hacia los testigos involuntarios de la reacción de Lucius y los despidió- ahora estamos bien, cuando sea el momento nos vemos- y la puerta se cerró suavemente. Draco y su madre estuvieron dos horas esperando por ella, cuando regresó su sonrisa iluminó la sala.