"No temes a las alturas, temes a caer"
Narra Albert.
-¿Tu nombre es Albert?- habló con las manos cruzadas Davide, se habían molestado mucho al tener que pagar mi estadía en el hospital aunque ni si quiera fue un día. Solo entré y salí.
-Sí.- asentí mirando como la madre de Esteban se rascaba la cabeza pensando, como si tratara de recordar a alguien con ese nombre y no pudiera.
-¿Apellido?
-No lo tengo.- Me encogí de hombros no por querer molestarlos, simplemente porque era verdad. Yo nunca he tenido un apellido.
Davide impacto su mano contra su frente estresado, les acababa de quitar toda esperanza de librarse de mí.
-Ya puedes retirarte... no sirve de nada que sepas tu nombre pero no apellido.
-No es que no lo recuerde, es que simplemente no tengo.
-Ajá.
Narra Esteban.
Hoy era domingo, día de hacerme el muerto y dormir todo el día lamentándome de que mañana fuera lunes; no era día de ir a la jodida iglesia.
Mis padres eran sumamente católicos, no entendía porqué, eran ciegamente católicos y estaba seguro que si el sacerdote les decía "salten de un edificio", ellos lo harían sin dudarlo.- Esteban.- Albert entró a la habitación haciendo que me dejara de quejar internamente.
- ¿Qué sucede,Albert ?- pregunte regalándose una sonrisa, por el aspecto de su cara, sabía que mi padre le habría echo una grosería.
-¿Puedo ir contigo?- preguntó súbitamente.
-¡Hugo, ya me voy!- grité con pereza comenzando a marcharme seguido de Albert.
Salimos caminando por enorme portón de la mansión, el día estaba de una tonalidad azul grisácea y a pesar de eso Albert iba campante como un niño, con una camisa blanca pegada, llamaba demasiado la atención tanto de chicas como de chicos. Albert no era precisamente feo.
La iglesia era enorme tanto por fuera como por dentro, era de un marrón opaco e intimidaba a simple vista, el campanario estaba en lo alto y dos estatuas de hombres agonizando era lo primero que se veía entrar por la puerta.
-¡Estebaaaaaaaaaan!- la voz chillona de Annie me arruinó mi día, seguido sentí el estrepitoso golpe de su abrazo.
- Hola- susurré serio viéndola como me abrazaba con emoción.
-¡Ay!, que amargado.- Me hizo un puchero, ella era Annie, era pequeña y esbelta, tenía la piel bronceada con dos enormes ojos verdes en su cara, tenía el cabello hasta la cintura pero siempre atado en una trenza, además era monja. -¡Bienvenido a la iglesia!
Negué cansado, jalando a Albert por el brazo para marcharnos de ahí y entrar a la tortuosa misa.
-¿Es tu novia...?- me susurró Albert sombrío, traía cara de pocos amigos.
-¡No, no!- grité alterado moviendo mis manos histérico.
-Oh, genial .-Y su sonrisa volvió.
La iglesia tenía bancas tras blancas de color blanco, su aspecto por dentro era igual de feo que por fuera, tenía grades ventanales en las paredes de colores que impedían el paso de la luz, había santos y vírgenes por todos lados llenos de suciedad. Realmente era macabro.
Albert se retorcía en cánticos de la misa, hubo la ocasión que el sacerdote narró las atrocidades del infierno y Albert se carcajeó, tuve que pedir perdón por la extraña intromisión.
Antes de terminar la misa el sacerdote pidió una participación Albert se paró y sin que le dieran la palabra comenzó a hablar.
-"He aquí que el hombre ha probado el fruto del conocimiento, se le han abierto los ojos y ahora es como nosotros.Que no alargue ahora su mano, coma del árbol de la vida y viva para siempre." Génesis 3:22- recitó con una sonrisa en los labios. Nadie se atrevió a comentar nada.
La gente se arremolinaba para salir, desde afuera se encontraba un vagabundo con las costillas marcadas gritando a los cuatros vientos, él era el típico ciego loco.
-¡No está aquí, pero cuando regrese...jojo...cuando regrese estarán perdidos!- Sus huesos se marcaban toscamente contra su piel, su piel estaba quemada por el sol y múltiples raspones estaban en sus rodillas y pies. Las gallas en sus piernas parecía putrefactas.-¡Esta enojado, decepcionado, nos hemos convertido en ángeles caídos!- Tenía toda la intensión de pasar a su lado ignorando su olor a excremento, cuando tomó súbitamente del brazo a Albert tocando su pecho.
-Suélteme.
-¡El mal, el mal, el mal, el mal, el mal!- gritó tirándose al piso sin soltarlo.-¡EL MAL ESTA ENTRE NOSOTROS Y ES ÉL!
OTRO CAPÍTULO CORTO.
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Me enamoré de un demonio. (Yaoi)
Fiksi Penggemar-¿Crees en Dios?- preguntó curioso ladeando la cabeza, prestándome la suma atención mientras caminaba sigiloso a mi dirección moviendo la cola de un lado a otro tal y como una serpiente. -No.- mi respuesta no fue más que un susurró de pánico conteni...