Capítulo 5. Potencial.

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Abro la puerta de casa con mis llaves y después las dejo sobre el mueble del recibidor. Me recibe un aroma a pintura. Hace poco vinieron unos pintores a casa para redecorar las paredes y el olor no se ha ido todavía. Mi casa es una vivienda de tres plantas. No voy a decir que es pequeña porque estaría mintiendo. En la primera planta se encuentran la cocina, el comedor, la sala de estar y un baño. En la segunda, las habitaciones —la de mis padres, la mía, y dos de invitados—. La última planta es completamente ignorada por mis padres para mi suerte, porque a veces resulta ser el único lugar en que me encuentro en mi hogar de esta casa.

Subo hasta mi habitación y dejo la mochila al lado de mi escritorio para más tarde hacer los deberes. Cuando miro las escaleras que suben hasta la tercera planta, la tentación sacude mi cuerpo. No obstante, no subo. Mis padres me dijeron esta mañana que tenían que hablar conmigo. Por un momento las ganas de subir y enterrarme entre los viejos cojines con un libro entre mis manos me incitan. En el desván está mi biblioteca particular. Es mi escondite: hay un sofá antiguo con los cojines que mis padres ya no quieren usar, una televisión que pocas veces funciona y una estantería con todos mis libros favoritos. En una esquina están amontonados recuerdos que mis padres han preferido dejar en el olvido, de vez en cuando me acerco y veo las fotografías antiguas, recuerdo con nostalgia aquellos días en los que era una niña y no era presionada para ser la mejor en todo. Siempre la mejor.

Bajo las escaleras con un ligero trote y me encuentro a mis padres sentados en el sofá, uno en cada esquina. Me extraña que estén tan calmados. Estos últimos meses han estado discutiendo por cualquier cosa, los últimos años no han sido los mejores de su relación. Cuando era niña me contaban su historia de amor a menudo, por lo visto, fue grandiosa y pasional. Sin embargo, esa pasión ha desaparecido y ha dado lugar a opiniones disparejas. Hay veces que ni siquiera pueden mirarse a la cara.

Muchas veces me pregunto por qué no se divorcian: ninguno de los dos es feliz, tienen una relación tóxica y se hacen daño continuamente. También sé la respuesta a mi pregunta: su negocio. Mis padres tienen una inmobiliaria bastante famosa en la ciudad y ganan buenas cantidades de dinero. No puedo quejarme, siempre consigo todos mis caprichos. Sin embargo, preferiría tener una familia de verdad a poder conducir mi coche comprado con su sueldo todos los días.

—Hola, Leslie, cariño —dice mi padre sonriéndome. Le devuelvo la sonrisa. Él deja el libro que estaba leyendo sobre la mesa de cristal que tiene en frente. Mi madre no dice nada, solamente alza la mirada para verme. También frunce el ceño con desaprobación.

—¿Por qué te pusiste esa blusa? Ya sabes que te favorecen más los colores claros —me reprende Devorah, mi madre, analizando con desacuerdo mi blusa púrpura. Ella nunca está contenta con nada de lo que hago. Nunca es suficiente para ella—. Deberías haber usado la blusa azul con la falda blanca, seguro que enredaste el encaje de la que llevas puesta.

El cliché perfecto © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora