Capítulo 12. Mentirosa.

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Miro el reloj de correa de cuero que me rodea la muñeca

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Miro el reloj de correa de cuero que me rodea la muñeca. Las agujas plateadas indican que son las seis y media de la tarde. Suelto un suspiro y me recuesto de nuevo sobre el asiento acolchado, dejando caer la novela juvenil que estoy leyendo sobre mi regazo. El refresco dietético que he pedido hace quince minutos para que no me echaran del local descansa sobre la mesa, vacío. Tengo la tentación de pedir una hamburguesa, pero decido no hacerlo. En cuanto llegue Shawn, pedirá comida como para alimentar a un ejército. Ni siquiera sé cómo se permite toda la comida que se compra. Es exagerado.

Estoy sentada en un cómodo banco tapizado en el restaurante de comida rápida al que Shawn me llevó ayer por la tarde, pero este está en la ciudad y no en el centro comercial. He quedado con Shawn para recolectar información sobre su padre. No obstante, nuestra cita debería de haber comenzado hace media hora y no he recibido ni un mensaje de su parte por llegar tarde. Y digo "cita" en el sentido de una quedada entre dos personas que ni siquiera son amigos para investigar sobre el padre que abandonó a una de esas dos personas cuando tenía cuatro años. No cita romántica. Hay una diferencia abismal entre los dos términos.

Estoy a punto de bajar la mirada hacia mi libro de nuevo, para retomar la lectura sobre Levi y Cath, cuando la puerta del local se abre con un tintineo de la campanilla que se encuentra en la esquina de esta. Miro con esperanza hacia la entrada del restaurante. Para mi alivio, es Shawn el que entra por la puerta. Lleva puesto unos vaqueros terriblemente desgastados y parece haber cogido la primera sudadera que ha encontrado. Su cabello cae desordenadamente por su frente y su chaqueta de aviador parece estar puesta de cualquier modo. Cuando llevo mi mirada a su rostro, descubro algo desagradable. Shawn me mira con desprecio, como si tuviéramos nueve años de nuevo y me estuviera acusando de hacer de su vida una pesadilla.

Shawn se planta delante de mí. Apoya sus manos sobre la mesa violentamente, haciendo que el servilletero tiemble y que el vaso que antes contenía mi refresco caiga de lado con un ruido sordo. Mientras los devastadores ojos azabache se clavan en mí como si me estuviera lanzando dagas a través de su mirada, el vaso rueda por la superficie lisa de la mesa y acaba cayendo al suelo. El ruido de cristales rotos es lo único que hace que Shawn aparte su enfurecida mirada de mí.

—¿¡Qué cojones has hecho, Sparks!? —ruge Shawn, volviendo sus ojos a los míos y dándome a entender que no le importa en absoluto haber roto un vaso. Shawn está furioso, y no entiendo por qué. ¿Qué puedo haber hecho para que se enfade de ese modo?

—Yo no he hecho nada —susurro, amedrantada por el tono de su voz y la furia grabada a fuego en sus ojos.

Un empleado vestido con un delantal negro y una gorra del mismo color se acerca a nuestra mesa para recoger el desastre que ha provocado Shawn. Se marcha en un abrir y cerrar de ojos, asustado por el adolescente de actitud terrorífica que se yergue delante de mí.

—Mentirosa. ¡Eres una puta mentirosa! —grita, apretando los puños a los lados de su cuerpo. Un escalofrío me recorre. Shawn padece TEI, y no es buena idea que esté tan enfadado en un local público como este. Podría romper algo y tendría que pagar las consecuencias. Me levanto de mi asiento, temblorosa, tras tomar mi libro bajo el brazo y colocar mi bolso, que contiene mi ordenador portátil, colgado de mi hombro—. No puedo creer que hayas hecho esto. Creí que eras más que una jodida chivata.

El cliché perfecto © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora