Capítulo 20. Rota.

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Suelto un bufido cuando me doy cuenta de la cantidad de páginas que me quedan por estudiar

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Suelto un bufido cuando me doy cuenta de la cantidad de páginas que me quedan por estudiar. Creo que este sábado mi cerebro va a explotar. No me caben más autores del modernismo en la cabeza, lo juro.

Dejo a un lado mis apuntes de literatura y me echo hacia atrás en mi silla giratoria. Estoy agotada. Debería hacer un descanso y bajar a la cocina para comer algo de fruta. Tanto ejercicio para mi cerebro tampoco es bueno. Con ese pensamiento, me levanto, más animada, y salgo de mi habitación.

Hoy no ha sido un día malo del todo. Ayer volvimos a casa tarde. Pasamos más tiempo de lo que creía en el cine, bailando y casi besándonos. Lucy nos recogió de comisaría y me dejó en casa, después de tirarse todo el camino enumerándole a Shawn la cantidad de castigos a los que iba a ser sometido. No pude despedirme de Shawn en condiciones ni darle las gracias una última vez, pero estoy casi segura de que entendió la mirada que le lancé desde el porche de mi casa.

Ayer por la noche me acosté sintiendo algo muy extraño recorriéndome. Algo que nunca antes había sentido. El sentimiento de que todo había cambiado esa noche.

Entro a la cocina con la intención de coger una manzana. Mi madre está ahí, sentada en uno de los taburetes de la isla, leyendo algo en su ordenador con el ceño fruncido. Trabajando, vamos. La trato de ignorar mientras escojo la más verde de las manzanas del frutero. Ayer, cuando llegué a casa, mis padres me preguntaron qué tal había pasado la noche. Claro que no les conté nada sobre nuestra aventura ilegal y el hecho de que, en realidad, solo había estado en el baile durante un par de horas. Les mentí. Les dije que Devon y yo habíamos ido después a un restaurante. Eso explicaría la hora de mi llegada y complacería a mi madre, por muy mentira que fuera.

El timbre suena y frunzo el ceño. Ya que Devorah no tiene intenciones de levantarse, y mi padre parece haber desaparecido de la faz de la Tierra, no tengo más remedio que soltar un bufido y dirigirme a abrir la puerta. Después de comprobar que no luzco como un desastre andante, agarro el pomo de la puerta y lo giro.

Devon Wheeler me sonríe desde el otro lado de la puerta.

—Leslie —enuncia, soltando aire entre sus dientes tras pronunciar mi nombre. Me dan ganas de cerrarle la puerta en la cara. ¿Cómo se atreve a venir a mi casa después de lo que hizo ayer? Debería darle vergüenza—. Hola. Buenos días.

Me cruzo de brazos. Decido no andarme con rodeos.

—¿Qué estás haciendo aquí, Devon? —pregunto—. No eres bienvenido.

El pelirrojo abre la boca, a punto de contestar, cuando mi madre aparece detrás de mí y la boca de Devon se cierra. Seguramente se ha imaginado que no le he contado la verdadera versión de lo que pasó ayer a mis padres, y no ha querido revelársela. Aun así, le miro recelosa.

—¡Devon, qué sorpresa! —exclama mi madre sonriendo. ¿A esta qué mosca le ha picado? Devorah da un paso hacia delante y posa su mano sobre el hombro del adolescente con actitud amable—. Pasa, bienvenido. ¿Qué te trae por aquí?

El cliché perfecto © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora