XI

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      El incubo empezó a sollozar sin más remedio, de un lado a otro mientras la luz hacia que cambiase de todas las personalidades posibles, tanto mías, como familiares y rostros de amistad. El palacio que había edificado en mi despoblada alma, se había derrumbado, porque había acabado con tanta oscuridad en mí. El piso se deshizo, dejándome caer en un terreno libre y lleno de siembras de trigo seco, donde sólo había un gran árbol verde y frondoso. Reluciente y campante ante la luz del sol, sus ojos se ondeaban y sus frutos caían y se mecía entre sus ramas. Llevé la mirada a cada perímetro del lugar y no había más que trigo seco, el viento soplaba sin calma y el sol radiante en el cielo—un cielo total despejado de nubes blancas—, tan azul como el mar y tan maravilloso como la sonrisa en su rostro. Fui directo al árbol, no me importaba nada más, todo había quedado en aquella horrible batalla de muchos años sin poder ganarla, había llegado a su fin. 

     Llegué al tronco del árbol, y en él había un mensaje tallado, solo las iniciales de algunos nombres; quien supuse que era el mío y el de mi amado, junto a promesas hechas por mí y mi confesión de amor eterno. Sonreí al verlo, imaginé que no había acabado lo nuestro. Lo toqué varias veces y sonreí sin control.

—Qué lindo es el amor, ¿cierto?—musitaron a mis espaldas, dicha voz me hizo despertar de mis carcajadas.

     Al voltear era mi madre quien estaba allí de pie, sonriendo, tenía un vestido blanco que la hacía ver hermosa y radiante. Su enorme sonrisa no se borraba de su rostro, y los golpes y moretones se habían ido de su piel, ya no sufría ni mucho menos mantenía aquella versión en el féretro.

—Mamá, llegaste—musité con una leve sonrisa.

—Nunca me he ido querido mío—recalcó—, solo estaba ansiosa por este momento.

—Había olvidado los sinónimos de felicidad.

—Esta es la corona, este es el nuevo camino, esta es tu nueva alma—dijo mamá señalando el lugar.

—¡Está es mi alma!—exclamé emocionado—, pero... ¿por qué el trigo está seco?

—No has entendido querido niño—musitó mamá—, Ya la cosecha dio frutos, todo va a estar despejado y encantado. Este árbol es tu nuevo corazón, lleno de hojas y frutos, lleno de vida e ilusiones, y toda esta soledad, debe irse—musitó mamá y de los alrededores del árbol un fuerte viento sopló arrancando de raíz toda siembra de trigo y al aire dejando miles de semillas que se esparcían por la nueva tierra.

     Yo quedé asombrado, encantado por el tiempo y espacio, un espectáculo tan increíble que me llevaba a pensar que todo esto era un sueño.

—Así lo es hijo mío—continuó—, las luchas, las transformaciones y los cambios de vida inician por los sueños. Observa, el nuevo trigo ha caído sobre la tierra, y todo este inmenso universo de siembras por nacer, es realmente tu alma. Cada planta de trigo, tiene su significado; risas, lagrimas, sueños, desilusiones, amores, fracasos, mentiras, verdades, emociones y pasiones están ahí, creciendo de nuevo—dijo ella tomándome de los hombros y llevando un poco a su regazo. 

25 DE NOVIEMBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora