XXIII

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     A veces mis oídos se tapaban por completo y no podía oír más que sollozos a lo lejos, el olor de la canela, el té; el café del amanecer me hacían querer seguir viviendo y las rosas que solía poner Kernis en un Jarrón en la habitación emitían un sobrio olor que luego emanaban putrefacción cuando el espectro y mi amado llegaban a la habitación. Quería seguir viviendo, pero no había más que yo pudiese hacer. 

     Todo había acabado, esperaba mi muerte igual que mi amado, quien por momentos abandonaba la habitación y salía a perturbar almas ajenas. El frío que trasmitía cuando se acercaba a mí era interminable, su aroma a putrefacción y el sentir de la cama hundirse sin que hubiese nadie en la habitación, entraba en calma al entender que era él. Anhelaba mi muerte como yo anhelaba vivir, pero esa fuerza—aquella fuerza llamada desamor—, no me dejó luchar contra ella y fácilmente en sus redes caí. 

     Un trago de veneno amargo que fácil recibí venía depositado en sus labios y bebía de él cada vez que posaba en los míos. Podía oír sus risas. Musitaban las ganas de verme en el inframundo e ir conmigo por las llamas caminando. Quería enseñarme lo que era realmente sufrir y lo que por mi culpa vivió. Los días iban pasando, y él cada vez se desesperaba porque mi vida no se acababa. 

     Cada noche solía oír ruidos extraños. Delfilia maldiciendo las almas ajenas por los estruendos, sabía que era él quien lo ocasionaba al estar furioso porque mi vida no acababa y me negaba a un próximo beso. Sus labios contenían la última dosis de veneno mortal. Los animales fuertes sonidos emitían, la tarde se tornó fría y las luces se topaban con sus ojos rojos. Delfilia no lo podía creer, de nuevo estaba sucediendo, pero esta vez más fuerte y sin piedad. Se inclinó ante mi cama y empezó a orar, asumió que la muerte había venido por mí, como yo sabía que me iría este día de noviembre.

25 DE NOVIEMBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora