VI

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     Vuelve y sé el dueño de toda la vida que me queda... que me sobra, que me quema... sé bien que no es mucho tiempo porque mi cuerpo desaparece, mi corazón no late y mis sueños eran oscuros al igual que el cielo nocturno. Tan vacío como el espacio y tan muerto como una roca en el fondo del mar. Me deshice de mi camisa de fuerza y lancé las píldoras al piso, corrí sin mirar atrás... 

     Me encontraba en un terreno solitario, lleno de trigo seco corriendo por mi vida, quise poder gritar y pedir perdón por última vez, dejar allí mi cuerpo sediento, arruinado y morir para el resto de mis temores. Oí a lo lejos que decía «estoy cansado de perdonarte siempre», qué triste es cuando se nos va la vida, la vida que tienes y que te llena el alma de vida; aquel amor que te llena el alma de esperanzas y amor, entre miedos murió. Estoy cansado de sentirme culpable. Es mejor así, en el momento en que no soy ni es, sé que le hago mal, sé que debe marcharse, no soy bueno para esto, debo volar y embarcar otro viaje. Después de amarte tanto hoy ya no eres. Siento un enorme vacío en esta habitación. Extraño sentirme hombre amado solo contigo, hoy tengo ganas de todo lo que un día hubo. Mi naturaleza más oscura es herir a quienes me aman. Siempre ha ocurrido, por eso me encuentro hoy solo en esta sucia habitación del manicomio, sin sonrisas y hecho pedazos. Entre el suelo se halla mi corazón y mi alma está siendo pisoteada en algún lugar del mundo, por eso esta vez lo dejé ir... lo dejé ir porque si lo detenía de nuevo no lo iba a dejar marchar nunca más.

     Nada me quedó desde que te perdí, solo aquella sucia pluma y las delgadas líneas de una poesía, nada gano en intentar hallar las siluetas de su cuerpo y las facciones de tu rostro, óyeme bien; nada tengo sin ti. Solo mantengo los tristes días de noviembre que me pueden hacer morir por la soledad... si lo detenía aquella noche, terminaría destrozado a mi lado un dos de noviembre.

     Me serví un poco de vino en una copa, me senté en el sofá y mientras esto pasaba, mi memoria selectiva hacia miles de trances que la desestabilizaba por instantes efímeros. Mientras veía en ellos mi vida pasando por mis ojos sin detenerse, era una tortura que jamás asomaba un fin. Bebí y dejé pasar el trago, era amargo igual que mis recuerdos, en el fondo sabía que me estaba enamorando, que no había regreso alguno al tiempo de la negación, debía dejar de llorar y volver al mundo real para continuar un gran evento que nunca acaba; mi propia vida. 

25 DE NOVIEMBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora