XVII

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Capítulo 17.

Es ese momento en tu vida donde cada recuerdo pasa tan rápido que no te da tiempo ni para pensarlo o grabarlo un segundo más en tu mente. Donde quedas ciego. Ciego ante las circunstancias. No oyes nada, más que tu inconsciente pidiéndote a gritos que sobrevivas, que no fuera el momento, que todo estaría bien. Mi mente golpeaba una y otra vez y el constante sonido que atravesaba mis oídos no me dejaba pensar con claridad. Todo estaba borroso, y sentía una impotencia golpeando mi pecho, constantemente.

No reaccionaba, apenas podía saber dónde estaba. Los recuerdos poco a poco iban regresando, unos con más fuerzas.

Se oían sirenas al fondo, traté de gritar pero apenas me oía, sentía que me estaba hundiendo en un hoyo sin fin, dándome cuenta que la cruel realidad estaba sobre llevándome en un segundo, en un pequeño lapso de tiempo y el remordimiento se instalaba en mi pecho. Miré a mi alrededor y estaba dentro del carro; sentía las gotas de sangre deslizarse por mi mejilla, también sudaba tanto que me estaba sofocando. Traté de girarme, de siquiera moverme pero me era imposible, estaba prensado y no alcanzaba nada. El alcohol, la adrenalina y mis torpes movimientos no me daban fuerzas.

Fue entonces cuando giré a mi derecha, ahí estaba ella. Con sus ojos cerrados. Con el pelo en su rostro.

—Sam —gemí al verla, tenía sangre en toda su cabeza, su cuerpo estaba inerte, la ventana rota y no se movía. Traté de llegar a ella, pero no podía. Había un rama que atravesaba el vidrio y se adentraba a su pecho, su cabeza estaba a un lado, apenas podía tocarla, apenas podía sentirla, pero estaba fría—. Estúpido cinturón —grité y traté de llegar al botón para quitármelo, pero no podía, forcejé pero era imposible. Entonces estiré mi mano para tomar la suya, que estaba suspendida, traté de tomarle el pulso pero no lo sentía, la sacudí y no reaccionaba. Me asusté, me alteré. Poco a poco logré saber que estaba perdiendo demasiada sangre, quería parar la hemorragia, pero estaba inmóvil, mis piernas me dolían, no podía mover mis extremidades—. No me dejes cariño, no me dejes. Prometo que ya nos sacarán de aquí, te lo prometo cariño, te lo prometo —solté unas lágrimas y cada vez sentía mi cuerpo más pesado. Hice un esfuerzo sobrehumano para poder llegar a ella y tomar su rostro entre mis manos, la sacudí, una y otra vez, desesperado. Le tomé de nuevo el pulso y no encontraba nada.

La sacudía y no reaccionaba, trataba de abrazarla pero no podía. Cada segundo sentía que me asfixiaba, que todo se descontroló desde que me subí al auto, desde que no pude reaccionar a tiempo para que el estúpido auto no nos impactara y nos desviara de la carretera. Giramos, no sé cuántas veces, paramos en medio del barranco, en medio de árboles. Dónde la más perjudicada fue ella, no yo. Yo debía estar así, no ella.

Mierda y mierda.

El dolor continuaba, atravesando mi sistema, en cada centímetro de mi cuerpo, en mi cabeza, en mi pecho, en mi cuello. Todo dolía, ardía, pero nada como si quiera pensar que podría perder a Sam, Mi Sam.

¿Qué hacía?

»Reacciona Sam, estoy aquí —pausé y deseé no llorar, deseé nunca haber tomado el volante y llevarla al mismo infierno conmigo—. No me dejes, no me dejes. Si te vas, no lucharé mi Sam, quédate conmigo. Ven conmigo amor, ven... dijiste que seríamos nosotros contra el mundo. Por favor, no te vayas —lloré amargamente y grité, una y otra vez, pidiendo ayuda. Uní mi frente con la chica a la cual amo, tratando de reanimarla, de que regrese conmigo, suplicándole a su oído que debía ser fuerte, que ella lo era. Lo había demostrado.

No podía hacer nada, sentía que ella perdía la vida entre mis manos, que yo era incapaz de cuidarla. Maldije y seguí gritando, impulsivamente, como si fuese una respuesta automática, mi defensa. Porque yo, yo había ocasionado esto, todo esto era mi maldita culpa.

Hermosa Pertinencia (Beautiful Last Chance)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora