Capítulo 40: Hay que desinhibirse

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—¿A dónde vamos primero? —pregunta Abraham impaciente, unos cinco minutos después de haber salido del castillo.

—No lo sé —responde Mike tranquilo—. ¿Tiene en mente algún lugar en específico, señorita? —le pregunta sarcástico a Katherina, la cual está guiando a todo el grupo hacia ninguna parte.

—Sinceramente, tampoco lo sé... Si no recuerdo mal, si seguimos caminando por aquí, llegaremos a una taberna. Se veía un poco humilde, por lo que a lo mejor nos cobran poco. —Malcolm se nota extrañado; aunque los están siguiendo desde lo lejos con desdén, se acerca a la chica de baja estatura, ojos color caoba y pelo castaño.

—Bueno, realmente dudo mucho que en una ciudad tan grande como esta, hayan problemas en encontrar lugares donde beber, lo complicado es que más de la mitad de nosotros, incluyéndote, somos menores de edad. ¿En serio crees que nos dejarán beber en esos lugares como si nada? —cuestiona con severidad. Katherina le mira con sosiego.

—Vamos Malcolm, no seas tan negativo, para este punto no nos cuesta nada ir y probar suerte —responde la misma, mientras le golpeaba con el codo en su brazo en una especie de burla, el joven se mantiene serio, casi aburrido de su compañía—. De cualquier manera, si vamos y no nos dejan quedarnos, no pasa nada; ya encontraremos otro lugar donde quedarnos a pasar el rato—. alega despreocupada.

El grupo de doce personas siguen caminando hasta llegar al sitio. Mientras observan la choza de madera humildemente decorada e iluminada, aderezada solo con el sonido de las jarras chocando contra la madera de las mesas, una mano de rasgos delicados se extiende haciéndole una seña a uno de los aparentes camareros. El hombre se acerca atento.

—Bienvenidos a la taberna "Castro", ¿en qué puedo servirles?                —presenta el hombre servicial. Antes de que pudieran decir nada, el mismo los mira detenidamente, y se extraña—. ¿Puedo preguntarles qué edad tienen ustedes? —vuelve a preguntar apacible. Malcolm apenado, se queda cabizbajo.

—Tenemos entre 16 y 18 años —responde George adelantándose a la situación—. ¿Por qué?, ¿hay algún inconveniente? —cuestiona, intentando fingir que no sabe sobre el tema.

—En lo absoluto —replica apenado—. Solo que la edad mínima para que puedan estar aquí, es de 15 años. Ustedes aparentan tener menos edad de la que tienen—. Todos suspiran con tranquilidad.

Tras eso, el hombre los lleva hacia una mesa grande en la cual deciden reposar para pedir unas cuantas jarras de cerveza y vino; pasada ya media hora aproximadamente, continúan hablando entre todos.

—Oigan, ¿alguno sabe a qué se refería exactamente la doctora cuando habló sobre lo que le pasará a Will en cuanto le quiten sus vendas?         —pregunta Meghan confundida.

—Veamos... En sí, no es cosa de las vendas, realmente es que están drogando a William. En el momento en el que dejen de hacerlo, lo más seguro es que lo pase bastante mal; palabras más, palabras menos, a eso es lo que se refiere la médico. —explica George sobrio y desinteresado. Meghan asiente didáctica.

—Por cierto, ahora que lo mencionan —añade Katherina, mientras agita su jarra con vino casi vacía hacia el rostro de George—. Ni piensen que nosotras nos haremos cargo de Will en cuanto empiece con su abstinencia —objeta al equipo, refiriéndose a Meghan y ella.

—¿Qué?, ¿por qué? —dice Marco levemente indignado, aunque realmente no entiende en su totalidad lo que está pasando.

—Pues, porque ya nosotras hicimos nuestra parte al cuidarlo durante sus peleas. Sería la segunda vez que limpiamos lo que ustedes ensucian —replica señalándole con la jarra; Katherina se calma, reposa su barbilla en su mano; casi recostándose sobre la mesa, suspira—. Además, no son los únicos que están ocupados con sus cosas; fuera del ejército también hay gente con aspiraciones, ¿saben? —La mesa entra en un corto silencio incómodo.

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