Capítulo I

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No era como que el abuelo Nikolai le exigiera tanto desde Rusia a su único nieto, pero aun así éste se esforzaba lo más posible en ser considerado el más notable y talentoso alumno, no solo de Slytherin, sino de su promoción completa en Hogwarts

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No era como que el abuelo Nikolai le exigiera tanto desde Rusia a su único nieto, pero aun así éste se esforzaba lo más posible en ser considerado el más notable y talentoso alumno, no solo de Slytherin, sino de su promoción completa en Hogwarts. Algo perfecto para ser un Plisetsky, familia famosa por su aguerridos aurores, pero también por tener a uno que otro squib existente de manera inexplicable. Un ejemplo de lo anterior era la madre de Yuri Plisetsky, quien temerosa del poder de su propio hijo prefirió abandonarlo en brazos del abuelo. ¿Cómo no iba a desear el chico hacerlo lo mejor posible en el colegio en nombre del hombre más importante en su vida?

Esa tarde, como ya era su costumbre, el muchacho de rubios cabellos y de fluido ingles pero con extraño acento que poco se asemejaba al británico, terminó las clases del día dentro de su cuarto año de estudios en Hogwarts. Yuri fue directo a recoger algunos utensilios de estudio a su habitación, rogando a todos los cielos para no toparse con el par insoportables más famosos de la honorable casa resguardada en las mazmorras: Viktor y Chris, esos dos que nunca desperdiciaban oportunidad para incordiarle invitándolo a sus fiestas clandestinas dentro de la Casa de los Gritos.

Yuri no entendía el afán que tenían por reunir a todas las casas del colegio un día sí y un día también sólo porque sí. Viktor había cambiado bastante desde que comenzará a relacionarse tanto con cierto grupo de chicos Gryffindor. Sobre todo no lo entendía siendo que Nikiforov no tenía ni un año de haber llegado de intercambio desde Durmstrang para concluir sus estudios en Hogwarts por razones que nadie tenía del todo claras. Yuri ya ni siquiera se preguntaba por qué no habían recibido a Nikiforov en el colegio ruso de Koldovstoretz, después de todo... ¿cómo podía Viktor sentirse tan como en casa en cualquier parte? Verle al lado de Christophe te hacía pensar que se conocían de toda la vida, nada más lejano de la realidad.

Para la buena suerte de Yuri, al menos por esa tarde logró salir victorioso con libros, tintero, plumas y pergaminos en mano y continuar así su camino hasta la biblioteca, hasta la que era su mesa favorita, frente a uno de los ventanales que daban a una bellísima panorámica de los campos de Quidditch, deporte que no dominaba por culpa de su maldito terror a las alturas, pero del que era gran fanático desde que de pequeño comenzó a ser aguerrido seguidor de los Spartak de Moscú junto con su abuelo. Nunca se perdían los partidos que, desde hacía algunos años, ahora eran transmitidos en una variedad extraña de esos inventos muggles llamados "televisores" en cadenas televisivas exclusivamente mágicas.

Curiosamente el equipo de Ravenclaw era al que secretamente más admiraba Yuri, a diferencia de Slytherin que era en verdad patético este año, pero no porque en años anteriores no lo hubiera sido. No, Ravenclaw arrasaba con todos, era calculador y tenían una fuerza descomunal. Justo ahora entrenaban y no podía no dirigirles miradas discretas cada tanto, apenas despegando sus verdes ojos de los pergaminos en los que no podía concentrarse por completo.

Fue en uno de esos furtivos vistazos, durante sus elegantes anotaciones de Herbología, que se quedó casi sin aliento: Una alocada bludger estuvo a punto de hacer trizas el cristal del ventanal a su costado de no ser porque fue detenida por Otabek Altin, uno de los mejores golpeadores que hubiera podido ver Hogwarts en toda su historia. La impresión duró bastante en el joven de cuarto grado, mientras que Otabek volvía certeramente a la formación con su equipo y Yuri le contemplaba unos segundos más como el héroe que era para él en esos momentos.

Auténtica AmortentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora