Capítulo IV

1.8K 236 52
                                    

Casi las 4 de la madrugada y el prefecto Altin recién cruzaba la puerta de la torre de Ravenclaw, ubicándose en el sofá de la sala común

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Casi las 4 de la madrugada y el prefecto Altin recién cruzaba la puerta de la torre de Ravenclaw, ubicándose en el sofá de la sala común. Aquella jornada estaba resultando realmente agotadora.

Un partido de quidditch, dos exámenes y la ronda de prefecto e incluso a pesar de todas las ocupaciones en las que se veía envuelto, los verdes ojos de Yuri Plisetsky al pie de la escalera no salían de su mente. Otabek suspiró largamente, repasando con cuidado la última charla que hubo mantenido con el menor, preguntándose si realmente el error había sido suyo por sacar aquel tema al baile cuando sabía que los Slytherin tenían fuertes convicciones con la pureza de la sangre y la amistad entre las casas. De cualquier modo desconocía la historia que pudiera haber detrás del joven estudiante ruso.

No se sentía cómodo al respecto. Pasar de saludar al rubio cada mañana en el gran comedor o tener pequeñas charlas de pasillo. Incluso sus secretos "Davai" en los partidos de quidditch desde que se hubieran decidido a ser amigos y ahora nada... A penas una mirada que decía mucho más de lo que él hubiera querido decir pero que no solucionaba mucho.

Gimió lastimeramente, hasta sentir que tuvo compañía. Grisha subía a su torso y reclamaba las caricias de un distraído Otabek, que tomaba decisiones y planeaba la forma de hacerle saber a Yuri que no había querido ser agresivo en sus palabras y que por supuesto, respetaba sus ideas. Fue así que se hizo con un pergamino y una pluma de la sala común y le escribió una pequeña nota que rezaba una disculpa simple pero contundente. No le importó que fueran las cinco de la mañana para entonces.

— Ve a darle los buenos días a ese Slytherin, Grisha — le pidió a su pequeña, amarrando la pequeña pieza de pergamino al collar que llevaba al cuello la preciosa felina, esperando que el desayuno de aquella mañana se sintiera diferente o más dulce.

Después de que Grisha se marchara del lugar, Otabek se quedó tendido en el sofá por largos minutos considerando prudente el ir a tomar una ducha caliente al baño de prefectos. Necesitaba relajarse, liberar la tensión en sus hombros y disfrutar del agua llena de burbujas y relajantes sensaciones, podría decir que esos baños eran uno de sus lugares favoritos en todo el colegio, a penas después de los campos de quidditch tal vez.

Casi una hora después, el kazajo regresaba a la torre como nuevo, buscando ropa limpia entre sus pertenencias estudiantiles. ¿Cómo se habrá tomado Yuri su disculpa? Era lo que rondaba sus pensamientos cuando la preciosa Grisha decidió que era un buen momento para dejar sus pequeñas patas marcadas en el pantalón escolar.

— Demonios, Gri... — suspiró, acercándose para notar que había un nuevo trozo de pergamino en el cuello de su chica.

"Solo si me explicas por qué razón es que lo sientes. Porque también tengo la sensación de que debo disculparme por algo" rezaba la caligrafía de Yuri y, francamente, nunca imaginó que la letra de otro varón pudiera parecerle bonita sino hasta ahora.

— Esto debería decírselo a él, más allá de escribirlo... — concluyó para sí mismo luego de meditarlo unos minutos más.

Otabek bajó al gran comedor cuando el sol apenas cruzaba algunos pasillos. La verdad era que deseaba que no hubiera demasiado alumnado; quería tener una charla tranquila con el rubio, exponer sus ideas con claridad. Tomó asiento junto a uno de sus compañeros de equipo y comenzó a desayunar, agradeciendo el generoso trozo de pastel de frambuesas y una cálida infusión hecha a base de leche. Hablaban de los recientes acontecimientos, del perfecto partido que habían jugado días atrás y que había dejado a Hufflepuf por debajo de alguna oportunidad de acceder a la copa, pese al resto de partidos amistosos en los que podrían enfrentarlos después.

Auténtica AmortentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora