Capítulo XVI

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De no tener tanto pánico seguro que se sentiría en un sueño mientras el maravilloso Otabek Altin le abrazaba en medio de ese vuelo nocturno, pero no, Yuri seguro dejaría la marca de sus uñas en el mango de tan bella escoba y de paso no lograba vol...

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De no tener tanto pánico seguro que se sentiría en un sueño mientras el maravilloso Otabek Altin le abrazaba en medio de ese vuelo nocturno, pero no, Yuri seguro dejaría la marca de sus uñas en el mango de tan bella escoba y de paso no lograba volver a cerrar los ojos, con el miedo de que se mataran en el aire o, curiosamente, perderse el panorama de una noche tan bonita.

— Te mataré... Cuando lleguemos a tierra firme. — le advirtió con la voz más sosegada, pero temblorosa todavía.

— No vas a matarme, estarás deseando que te lleve a volar otra vez.

Otabek hablaba con demasiada seguridad y eso le daba una pizca de molestia, aunque esta se esfumaba cuando el mayor comenzó a descender con una pequeña inclinación hacia adelante, para llegar hasta el claro que el lago les ofrecía.

— Prefieres estar en tu cama con las cortinas abajo, que disfrutando de esta iluminación...? A mi no me mientas, Plisetsky... Estás más cerca de ese cielo que tanto te gusta mirar cuando vas al césped en el campo de quiddtch...

— ¡No...! — gimió aterrorizado cuando la escoba se inclinó todavía más al frente.

¡¿Y si acababan cayendo al lago?! Nada de eso ocurrió, iban volando bajo por encima del reflejo que les obsequiaba la negrura del agua. Era verdad... Todo aquello que anhelaba desde el césped del campo de quidditch lo estaba sintiendo y viviendo justo ahora.

— Creo que nunca más podría mentirte... — susurró elevando la mirada al cielo, perdiéndose en la luz de luna. Casi sentía que deseaba soltar las manos para intentar alcanzarla.

— No pasa nada, confías en mí, ¿no es así?

Su mano fue sujeta desde atrás y, como si Otabek le hubiera leído la mente, la elevó para ayudarle a intentar alcanzar la luna. Yuri se quedó sin palabras y cerró el puño como si de verdad se hubiera hecho con ella.

— Confío en ti, Beka. — para lo que el muchacho dispusiera.

Agradeciendo tenerle detrás suyo y que así no fuera testigo de la manera en que se le cristalizaban los ojos. Era la primera vez en cuatro años que se sentía en su hogar estando tan lejos de Rusia.

 Era la primera vez en cuatro años que se sentía en su hogar estando tan lejos de Rusia

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