IX. Un infierno de hielo (Pt. 2)

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Continuaban caminando juntos pero en silencio. La tarea se hacía bastante aburrida y desesperante, no había nada más que hacer más que caminar. Poco a poco sentían el cansancio en sus piernas, pero para nada sentían entrar en calor: en cada paso, sus pies se hundían en la nieve para luego jalar de ellos y desenterrarlos... solo para dar un paso más; la tarea se hacía cada vez más pesada. 

Caminaron sin pausas alrededor de una hora, y ya sentían llevar una rutina marcada. Carlos fue el primero en cansarse; pese a que ninguno tenía la necesidad de permanecer cerca del otro; este le pidió a André, de una manera no tan amigable, que "por favor" se detuvieran a descansar por un momento, a lo que André accedió sin oponerse a nada. Este último se dejó caer de rodillas para luego sentarse sobre sus talones, mientras que Carlos se sentó de trasero sobre la nieve abrazando sus piernas. Ambos frotaban sus palmas y soltaban sobre estas un fuerte aliento para generar un pequeño calor en sus heladas manos, pero el frío era tan intenso, que esto era más un tibio soplido que poco o nada ayudaba.

- ¡¿En d...dónde crees que...que estemos?! – preguntó Carlos.

Sentían el frío ir en aumento, tanto que los hizo empezar a tartamudear.

- ¡No...no lo sé! – respondió André.

- ¡¿E...estaremos en la Anta...tártida?! – supuso Carlos.

- ¡E...esto ni...ni siquiera se pa...parece a algo d...de la ti...tierra!

- ¡¿Y qué crees q...que d...debamos hacer?!

- ¡No...no lo sé! – volvió a responder André.

Carlos se hallaba bastante rencoroso contra el Gran sirviente, al que empezó a cuestionar sin sentir culpa...

- ¡Segu...gurame...mente ese vi...viejo nos ha m...mandado aquí a mo...morir! – supuso con total pesimismo Carlos.

- ¡No...no lo creo!

- ¡¿Y po...por qué no?!

- ¡Se...se supo...pone que ya esta...tamos muertos ¿no?! – supuso André.

- ¡¿Y no...no crees que se pu...pueda mo...morir do...dos veces?! – vaciló Carlos.

- ¡No...no lo creo! – sonrió André.

Las torpes y estúpidas acusaciones de Carlos por querer encontrar a un responsable de su propia situación, no se hicieron esperar...

- ¡To...todo esto es tu...tu culpa esclavo!

- ¡¿Po...por qué mi...mi culpa?! – preguntó André confundido.

- ¡Si no...no te hubieras escapa...pado, na...nada de esto...to hubiese pa...pasado!

- ¡Ese f...fue mi problema!... ¡Na...nadie te pi...pidió que te meti...tieras!

- ¡Claro que sí! ¡E...ese tal Anís o co...como se llame!... ¡Él nos lo...lo ordenó! – se excusó Carlos.

- ¡Y po...por lo que veo, te lo to...tomaste mu...muy en se...serio ¿no...no es así?!

- ¡Cu...cuida tu boca esclavo! ¡¿O qui...quieres que te...te la cierre de un pu...puñete?! – advirtió eufóricamente Carlos.

- ¡Mejor ciérrala tú g...gordo idiota!

Carlos se transformó en una bestia encolerizada frente a la respuesta de André, por lo que este último... arrepintiéndose de sus palabras, pero con su respectivo "orgullo" que le impedía pedir perdón, se puso de pie en un solo brinco y empezó a huir de Carlos tomando como vía de escape el mismo camino que habían estado siguiendo en sentido del viento. Carlos también hizo lo mismo y empezó a perseguirlo con más rabia que de costumbre. La distancia que separaba a André de su perseguidor era un poco menos de 10 pasos. 

Donde los deseos nacen // MADLV (2da. Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora