XIII. Amnistía (Pt. 2)

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El tono de voz se le hizo conocido, y antes de que pudiese levantar la mirada para verificar si se trataba de su hijo, este ya se encontraba abrazándola con todas sus fuerzas. Su madre no dudó en corresponder su abrazo, y ambos se quedaron así por varios minutos, a la vez que no dejaban de decirse mutuamente "Te extrañé demasiado". Una vez más, el mayordomo decidió dejarlos solos. La madre de André se sentó en uno de los sillones, mientras que el pequeño se sentó sobre sus piernas; no le importaba nada sentirse un niño grande, si se trataba de su mamá, quería volver a sentirse como un hijo consentido y amado. 

Durante las horas siguientes, André le platicó sobre todas sus aventuras y las pruebas que se le asignó por todas las locuras que decidió cometer. La madre de este reaccionaba sorprendida, y hasta en algunas partes de la historia, lo reprendía por lo descuidado e imprudente que actuó; pero André no se sentía para nada regañado, hasta había olvidado cuando fue la última vez que su mamá le llamó la atención, incluso ambos terminaban riéndose tras cada anécdota de André. En un punto de la conversación, André revelo el hecho de que él piloteaba ese barco nada menos que con su padre; dicha noticia logró alegrar a su madre, quien se mostró aliviada de que pudiese pasar la estadía en el barco junto a su papá. Pero antes de que André pudiera contarle cómo fue que su papá terminó aquí, el mayordomo interrumpió el momento para indicarle que el tiempo otra vez se había agotado.

André le comunicó a su mamá que ya debía marcharse a trabajar; la señora tampoco puso peros o reclamos, pues siendo pasajera del barco, no sentía pesar ni tristeza que su propio hijo se marchase; era algo un poco turbio, pero era necesaria esta reacción para no provocar alguna nostalgia que la invadiese por siempre. Tras un último abrazo de minutos eternos, la madre de André no dudó en llenarle el rostro de besos, para finalmente dejarlo ir.

Tras dos grandes despedidas, a André le parecía extraño el hecho de no encontrarse triste, a decir verdad, la nostalgia era mínima, y podía sentirse muy bien consigo mismo de haber visto que su esfuerzo de reencontrarse con su madre y Candry no habían sido en vanos. Ahora sabía que nada le faltaba; podía sentir la tranquilidad después de mucho tiempo. Estaban en el tramo final; El Gran sirviente continuaba llevando a André por el último pasillo antes de llegar a la cabina de manejo, y mientras se iban acercando, el mayordomo le dijo cual si fuese una lista de tareas...

- Solo uno más ¿no es cierto?

- Sí – vaciló André – ya estoy ansioso por verlo de nuevo.

Recordando el incidente con Arní, André preguntó...

- Y el jefe de los sirvientes ¿cómo está?

- ¡Oh! ¿lo recordaste? – preguntó con sarcasmo – él está bien, pero enojado como siempre.

- Enserio estoy muy apenado por lo de la vez pasada, Gran sirviente – André admitió con suma vergüenza.

- Ya olvídalo hijo, ya pasó, y estoy seguro que Arní ya te supo perdonar... aunque él no lo quiera admitir – sonrió.

- Gran sirviente, hay algo que no entiendo.

- De ti, ya no me sorprenden tus dudas – carcajeó – pero adelante, dime qué es lo que no entiendes.

- Si este barco fue creado por el mismísimo Señor... ¿cómo es posible que la palanca de velocidades se rompiera tan fácilmente? – cuestionó desafiante.

- Pues los árboles también son creados por el mismísimo Señor – puntualizó – y ya ves que son muy fáciles de talar.

Tras pensarlo un poco...

Donde los deseos nacen // MADLV (2da. Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora