IX. Un infierno de hielo (Pt. 1)

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Pese a despertarse aparentemente de una larga siesta que parecía haber durado días, se sentía bastante cansado. El ambiente congelándole el cuerpo fue lo que le hizo despertarse. Estaba aún tirado boca abajo sobre una tierra helada cubierta de una extraña arena. Sentía el cuerpo muy adolorido, y con un gran malestar recorriéndole hasta los nervios, solo logró ponerse de rodillas. Una brisa helada le hizo tiritar hasta los dientes; temblaba tanto que se vio en la necesidad de abrazarse a sí mismo. No podía ver bien, tenía la vista borrosa; parecía encontrarse en una especie de desierto congelado; todo estaba muy oscuro, aunque el clima hostil hacía lucir al vasto lugar de un triste aire color azul oscuro, apenas levemente visible. 

André tomó en cada mano, un puñado de esa extraña sustancia en el suelo, pudo darse cuenta que se trataba de simple nieve, se tardó un poco en reconocerla, pues aparte de no tener gran visibilidad, también era la primera vez que podía sentirla, nunca antes la había visto, solo había oído hablar de ella en la escuela. La textura de dicha nieve, era cual arena de mar e intensamente blanca. Recordaba haber deseado junto a Candry en tiempos remotos, jugar con la nieve, pero todo ese deseo se esfumó, pues al instante sintió sus manos arder por el frío aterrador. Tenía las manos desnudas, por lo que estiró las mangas de su chompa para tratar de abrigarlas. Poco después, sintió también sus rodillas y tobillos ardiendo en frío, por lo que tuvo que ponerse de pie; tenía todo el cuerpo sumamente acalambrado, y no podía dejar de temblar por el gélido ambiente del lugar. 

Limpió sus ojos con ambos puños remangados y trató de contemplar mejor el lugar en el que se encontraba: Todo se asemejaba a un desierto cubierto únicamente de nieve; el cielo era una hermosa y siniestra capa azul iluminada por infinitas perlitas brillantes. No había ninguna otra luz en este lugar más que el de las estrellas; pero extrañamente, aquel lugar era medianamente visible para André. El terreno era vasto y no veía nada más que nieve a su alrededor. 

El viento corría tan fuerte, que lograba empujar a André por la espalda haciendo que este avanzara algunos pasos. El ruido de los vientos corriendo eran tan sonoros que era lo único que se podía escuchar a los alrededores; el ruido era como el de una millonaria muchedumbre soplando al mismo tiempo. Los horizontes no eran lo bastante visibles, pero muy a lo lejos, con un radio de lo que parecía ser kilómetros y kilómetros de distancia de pura nieve, se podía apreciar siluetas de montañas hechas aparentemente de hielo. No importaba en qué dirección André pusiera la vista, aquel helado desierto parecía estar rodeado únicamente de montañas congeladas, que a lo lejos se veían como colmillos emergiendo del suelo.

En tan solo unos segundos, el rostro de André se encontraba empañado de nieve. Sentía el cerebro congelársele. Solo por curiosidad puso una mano sobre su cabeza, logró sentir sus cabellos cual si fuesen puntas afiladas, el frío los había dejado bastante tiesos. Las rodillas, los brazos, el torso y los dientes los tenía temblando. Parecía encontrarse sólo en aquel inhóspito lugar. 

Recordando a Carlos, empezó a mirar hacia todas direcciones, pero no veía a nadie por ningún lado, ni ninguna otra cosa apoyada sobre el suelo, ni rocas, ni palos o estacas, ni alguna planta "misteriosa", absolutamente nada más... que solo nieve. André intentó llamarlo con un fuerte grito, pero apenas podía mantener sus dientes quietos. Con un esfuerzo, proclamó su nombre un par de veces; cada vez que lo hacía, podía contemplar su aliento como un blanco humo saliendo de su boca; pero Carlos no aparecía por ningún lado. André pensó en que la razón se debía a que este no podía escucharlo, pues no era para más, el ruido del viento soplando era escandaloso. En tan solo unos minutos sentía no tener orejas, pero no solo debido al ruido, sino también a los helados vientos recorriéndole el rostro.

Sin estrategia alguna, y sin la más remota idea de lo que debería hacer o a dónde ir, André empezó a caminar en el mismo sentido en el que el viento lo hacía, pues caminar en sentido contrario, para alguien tan flacucho como él, resultaría una tarea bastante complicada. Caminando en aquella dirección, André podía avanzar sin ningún esfuerzo, aunque tampoco resultaba una tarea cómoda, pues la blanda textura de la nieve yaciendo como el suelo, hacía que sus pies se enterrasen por completo paso tras paso, y pese a que llevaba sus zapatos puestos, estos no le impedían sentir las plantillas congeladas, y ya no lograba sentir sus dedos moviéndolos.

Donde los deseos nacen // MADLV (2da. Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora