XIII. Amnistía (Pt. 1)

7 4 1
                                    

Iba despertando poco a poco, pero se hallaba con el conocimiento lúcido, recordaba a la perfección toda su plática con Él Señor. Al despertar, se encontraba recostado sobre una mezcla de pasto y arena; el cielo oscuro le parecía extrañamente familiar; se puso de pie en un instante y vaya sorpresa que se llevó. André se encontraba nuevamente en el valle donde vivía, a orillas del río y en el mismo punto en que cayó del acantilado por última vez. Ese lugar en donde estaba ya le parecía perturbador; pues en esa pequeña porción de tierra, tanto Candry, como Carlos y él, habían llegado a parar de una gran caída, terminando así con sus vidas; era en ese mismo punto en el que el barco los había recogido a cada uno. André aún continuaba portando sus mismas prendas: su chompa azul, sus pantalones blancos, y aún se encontraba descalzo... sus pies ahora estaban muy sucios por estar pisando la tierra húmeda del lugar. No había nadie a su alrededor; André alzó la mirada y pudo contemplar la cima de ese peligroso acantilado, escenario de varios aprietos que envolvieron al pequeño muchacho.

La densa neblina surgiendo del suelo, y el ruido de un inmenso motor acercándose, ya le eran otro detalle familiar, lo cual lo hacía sentirse tétricamente raro, sentía ser un pasajero habitual al cual recoger. Sin más preámbulo, el gran barco se hizo presente. Unos sonidos metálicos cayeron, seguramente eran las anclas descendiendo. Las escaleras empezaron a formarse como el más sublime acto de magia. La puerta se abrió, y para calma o nerviosismo de André, fue el mayordomo el que hizo su aparición. Este último no se tomó la molestia de bajar; con un rostro sonriente, este lo llamó a André como la más grata bienvenida de un viejo amigo...

- ¡Sube muchacho!

André también se mostró alegre. Con los pies descalzos subió a toda prisa hasta la entrada del barco; ahí, el Gran sirviente mostraba una peculiar simpatía, y sin que nadie se lo esperase, este le extendió su mano a André como un cordial saludo entre colegas; el pequeño respondió de la misma forma, y con un gran apretón de manos, el mayordomo le dijo con voz firme...

- No puedo creerlo, ¡lo lograste! – su rostro era de admiración total - ¡Te has ganado toda mi admiración y mi respeto!

- Muchas gracias Gran Sirviente – respondió André con toda humildad.

- ¡Bienvenido de nuevo! – exclamó el mayordomo.

André pasó por delante del mayordomo; este último cerró la puerta y rápidamente zarpó el barco. Volver a esos pasillos y salones refinados le daba a André una extraña calidez, lo cual le sorprendía pues nunca se sintió lo bastante cómodo en esta nave, pero ahora de alguna manera le parecía haber vuelto a casa. El mayordomo le pidió que lo acompañase y empezaron a tomar el mismo rumbo que conducía hasta la cabina de manejo. Mientras caminaban por las salas y pasadizos repletos de pasajeros y sirvientes atareados; el Gran sirviente parecía estar ante una gran celebridad...

- Lo veo... y no lo creo – admitía - ¿cómo un muchachito como tú puede escapar de todo?

A André le parecía bastante graciosa la actitud y palabras del mayordomo, sentía hablarle al abuelo que nunca tuvo. André bromeó...

- Supongo que tengo un don.

- De hecho, creo que eres el más grande escapista de todos los tiempos – ambos rieron.

Tras algunas risas, André podía ver más claro el hecho de que se estaban dirigiendo al cuarto donde piloteaba el barco con su padre; pero recordando la petición y acuerdo que había tenido con Él Señor, André le advirtió...

Donde los deseos nacen // MADLV (2da. Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora