XII. El último grupo (Pt. 1)

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El siguiente capítulo está plagado de ideas propias que de antemano sé que muchos no opinarán lo mismo que yo. Recordad que esto es puro entretenimiento con pintas filosóficas, pero nada serio :3 

André tuvo que alzar la vista, pues se trataba de un ser que le hacía bastante justicia al término "gigante": Medía unos 6 pisos de alto; tenía la apariencia de un hombre adulto con solo 50 años en su haber; poseía una larga y tupida barba que le denotaba sabiduría antes que vejez, tenía también los cabellos muy largos, crespos y moderadamente canosos; de ojos cafés que lo miraban fijamente; vestía una túnica blanca que le llegaba hasta los tobillos, y de grandes mangas que le cubrían hasta las muñecas; también se encontraba descalzo; no llevaba alas como alguna vez André pudo imaginárselo, ni una aureola por encima de su cabeza que se le suelen pintar a las grandes santidades; más allá de su gran tamaño, lucía como una persona cualquiera... eso si solo se admiraba su aspecto físico, pues algo había en él que causaba imponente presencia.

Se había quedado sin qué decir, André miraba de pie y totalmente inmóvil el rostro de aquel hombre, aunque la faz del tan nombrado Señor, no era la de alguien enojado ni tampoco serio. Él Señor miraba con curiosidad y gracia al pequeño André, incluso le mostró una sonrisa; aun así, el pequeño no lograba sentirse en confianza; no mostraba pánico pero sí un enorme nerviosismo que lo dejó helado. El gran Señor se inclinó hasta el minúsculo André, y cual gigante era, extendió su mano en todo el pasto con la palma hacia arriba...

- Sube – le pidió.

Aquella voz era lo bastante grave como para resonar en un eco por toda la pradera; y el tamaño de su palma era lo bastante amplia como para que André pudiera recostarse en esta; pero este no fue el caso... con cierta timidez, André puso un pie encima de la palma del Señor, y mirándolo nuevamente al rostro, este lo animó diciendo...

- No tengas miedo, no te dejaré caer.

André puso entonces el otro pie y pudo pararse firmemente sobre la palma extendida del Padre; este último lo empezó a subir lentamente hasta tenerlo cara a cara. Le parecía algo peculiarmente gracioso a André; pues la altura del pequeño niño era la misma que había entre la barbilla y nariz del Señor. Ambos se quedaron mirando por varios segundos, aunque uno lo hacía con nerviosismo, y el otro con curiosidad...

- Veamos... ¿cómo es que alguien tan chiquito ha causado hasta lo impensable?

El tono de voz del Señor y su actitud para con André, era cual Padre le hablaba a su hijo pequeño; André seguía sin saber qué decir; balbuceaba, mas ninguna palabra emitía. Él Señor lo miraba con ojos de espera; una vez más continuó hablando...

- ¿No piensas exhalar algo? – preguntó.

Con alguna duda, André hizo una pregunta quizás redundante, solo para verificar hasta en lo más mínimo su inquebrantable obviedad...

- Usted... ¿usted es Él Señor?

- Pues... soy un Padre... tengo hijos... tú eres mi hijo... entonces soy un Señor – respondió sonriente.

Aquel Padre hablaba con gran lentitud, era muy pausado en su dialogar, hasta parecía adormilado por su entonación. André, que ya parecía dejar de lado su inexplicable timidez, le preguntó lo que hasta ahora no se le pudo responder...

- Y... ¿Por qué estoy aquí?

El Padre hizo un gesto de pensamiento exagerado, y tras una breve "meditación", analizó con un repaso rápido las travesías de André...

Donde los deseos nacen // MADLV (2da. Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora