Fase II - ¿Quién es Viktor? [Parte 3]

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Martes 24 de octubre de 2071

—Tú no serías capaz de ir contra tus principios por un opositor como yo, ¿o sí?

Yuuri se reincorporó de un brinco y comenzó a caminar hacia su escapatoria, pero Viktor fue más veloz y lo alcanzó. El ruso lo agarró del brazo y le dio la vuelta, acorralándolo en la pared detrás de ellos.

—¿Por qué huyes? —interrogó, admirando el rostro que Katsuki le mostraba. Una obra de arte que no iba a perderse.

Ese chico era hermoso. Se veía lindo con las mejillas sonrojadas por la vergonzosa confesión que acaba de escuchar, casi imposible que viniera de Viktor Nikiforov. Además, los ojos color avellana y el brillo que éstos reflejaban, suavizaban las expresiones del menor, quien sólo deseaba irse de ahí.

Se miraron sin separarse pese a la cercanía. Contemplaron sus facciones, las líneas que se formaban con los gestos, las pestañas largas y quebradas, las cejas pobladas y los labios. Los dos examinaban esa parte del otro, tragando saliva por la delicia que representaban y porque se antojaban.

Sus gargantas comenzaban a secarse y ni siquiera estaban hablando. Se escudriñaban como si fuera la primera vez que se conocían, como si mañana no existiera y hoy fuera el único día de sus vidas. Era una sensación placentera que los llenaba de felicidad, pero también tristeza por tener ese tipo de emociones.

—Quiero recalcar que me encantas —enfatizó Viktor, esbozando una sonrisa que terminó por descontrolar el pulso cardíaco de Yuuri—. Me encanta que tu corazón sea tan sincero conmigo, porque tú mente piensa demasiado y me enoja.

No hubo una respuesta, pues el de cabellos platinados cayó en la tentación sin dudarlo más. Su mano derecha sujetó con firmeza la pequeña cintura del japonés y su boca se unió con la contraria, iniciando un beso. Un beso que profundizó al introducir su lengua en la cavidad bucal de Yuuri.

—Hmn —jadeó, tratando de empujar a Viktor. No obstante, él también lo había deseado y no quería alejarse o no podía hacerlo.

Katsuki cerró los ojos y correspondió. Sus lenguas se mezclaban a la perfección, coordinándose como si tuvieran experiencia; se saboreaban e intercambiaban movimientos que producían sonidos obscenos. Sus dientes chocaron unos segundos, pero no les interesó porque disfrutaban de la calidez que sentían.

El contacto concluyó por la falta de oxígeno y porque sus piernas temblaban como las de un venado recién nacido. Viktor mordió el labio inferior de Yuuri y lo jaló hacia él sin delicadeza; de una forma ruda y apasionada, hasta que sangró y sus papilas gustativas se saciaron con el sabor metálico de la sangre.

—M—Me voy —balbuceó el pelinegro, soltándose del agarre que lo mantenía prisionero en un mar de sentimientos peligrosos.

—Sí —afirmó, inhalando grandes bocanadas de aire para recuperarse—. Ven después y hablemos en calma.

—Estoy de acuerdo —aseveró, girándose para marcharse a paso rápido.

...

—Yura, ¿has pensado lo que harás? —preguntó Otabek, sentado en el tapete que cubría el suelo del gimnasio.

—Saki me dijo que, si no halla una solución, él morirá —susurró con una voz temblorosa y lastimera—. Yo no quiero verlo morir.

—¿Todavía lo amas?

—Viktor no desea que yo esté enamorado de él, pero ¿cómo puedo evitarlo? —Resopló cansado por el entrenamiento y se acomodó a un costado de Otabek, sosteniendo un bote de agua y una toalla empapada en sudor—. ¿Cómo pretende que no lo ame? Él me enseñó muchas cosas y estuvo conmigo cuando mi abuelo falleció.

—¿No crees que lo idolatras? —El kazajo observó de reojo al rubio que vagaba en sus pensamientos y no se percataba de nada más, ni de su existencia—. Hay personas que te aman a ti.

—No necesito el cariño de esas personas —gruñó, hiriendo a su compañero. Y no es que no supiera del enamoramiento de Altín hacia él, sino que optaba por ignorarlo porque lo creía su amigo—. Sé que no tengo oportunidad, por eso no lucho por obtenerla.

—¡Por dios! —vociferó Phichit en el pasillo exterior—. ¿Te golpeó?

Yuri se levantó al oír a Chulanont y, sin esperar a Otabek, corrió al sitio de donde provenía el ruido. Al llegar hasta Katsuki y Phichit en el corredor, empuñó sus manos dispuesto a masacrarlos a puñetazos para que se callaran. Sin embargo, no lo hizo. Se contuvo gracias a que Otabek lo tranquilizó al acariciar su melena.

—¡Viktor lo golpeó! —aclaró el tailandés, señalando e labio hinchado y rojizo de su mejor amigo.

—¡No fue así! —protestó, abochornado por la presencia de los demás—. Dije que fue un accidente y tropecé.

—Mentiroso —refunfuñó el amante de los hámsteres y, cruzando sus brazos, prosiguió con su reclamo—. El jefe no es un hombre estable, pero que te pegara es imperdonable. Iré a su oficina y lo regañaré.

—¿Vas a regañar a tu líder? —cuestionó el susodicho, saliendo de su recámara con un pantalón negro holgado de algodón y una camiseta blanca que se pegaba a su despampanante figura—. Ustedes están haciendo un escándalo y no me dejan concentrarme en el papeleo.

—Jefe —llamó Phichit, interponiéndose entre Yuuri y Viktor—, ¡no permitiré que maltraten a mi modelo!

—Yo no lo maltraté, nosotros sólo tuvimos un instante muy acalorado —canturreó, clavando su azulina mirada en la de su "enemigo".

—Se besaron —dedujo Plisetsky, consternado por el interés que mostraba el mayor por alguien más—. ¿Por qué?

—Me perdí —avisó Chulanont—. ¿De qué hablan? ¿Quiénes se...?

—A mí me prohibiste que me enamorara de ti, pero te encuentras a este maldito imbécil y caes a sus pies —gritó Yuri, avanzando rumbo a Viktor para tenerlo cara a cara. Estaba furioso y ni Otabek iba a sosegar su ira y rabia—. ¿Por qué yo no puedo ser a quien ames? ¿Por qué es complicado?

Todos decidieron guardarse sus comentarios y quedarse inmóviles, a excepción del peliblanco que no titubeó en confrontarse con el menor. Si quería discutir, no pensaba quitarle las ganas.

—¿Es por mi edad? Yo tengo quince años, pero él tiene diecisiete. ¿Cuál es la diferencia? ¡Dímelo! —exigió, plantándose enfrente de su jefe. No le temía, ellos habían crecido juntos, así que el miedo que una vez le tuvo se esfumaba con el tiempo—. ¡Dímelo, joder!

—Tú lo sabes —articuló y tomó el mentón de Yuri para acercarlo a él—. Tú sabes por qué no me enamoro.

—No es una excusa —bramó, rodeando con sus dedos la mano que ejercía fuerza en su mandíbula.

—¿No vas a llorar el día que yo no esté contigo?

—Lloraré —aseguró, y sintió un ardor en su pecho al imaginárselo. No sería vida sin Viktor, él no iba a superarlo como lo hizo con su abuelo—. Tú no vas a morirte.

—Por favor, hablen en la oficina de este tema —rogó Otabek, que notaba el desconcierto en sus compañeros—. No es adecuado, Yura.

—No, no lo es, pero él se morirá y nadie lo sabrá —expresó el rubio. Su vocecilla aguda le indicaba que no sería capaz de controlar sus lágrimas y eso lo detestaba—. ¿Por qué no les dices?

—Cállate —ordenó el ruso, empujando a Plisetsky hacia atrás con sumo cuidado—. No te atrevas —advirtió muy amenazante.

—¿Por qué no les has dicho que estás en un estado terminal del virus que aniquiló a la humanidad, Viktor Nikiforov?

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Nota: ¡el capítulo de la semana! Los secretos comenzarán a revelarse a partir de aquí, así que les esperan sorpresas.   

Nos leemos luego. <33

Mortys #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora