Fase IV - Elecciones de vida

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Lunes 06 de noviembre de 2071

—No podemos ir tan rápido —murmuró nervioso Yuuri y con un leve sonrojo en sus pómulos, un tono que resaltaba con su piel—. Una semana; quiero una semana para prepararme.

—Eso suena espectacular —respondió, conforme con lo solicitado por el encantador chico que le robaba el aliento—. Bien, tráeme un pañuelo porque la sangre no tiene un sabor exquisito.

—¿Esto sucede a menudo? —interrogó, girándose para buscar la caja de pañuelos que reposaba en una de las esquinas del escritorio—. Recuerdo tus moretones y te has desmayado. ¿No se supone que para eso te inyectas?

—Las inyecciones sirven para que el virus no se intensifique —musitó, llevando su mano a la comisura de sus labios para limpiar los restos del líquido rojizo—. La cepa que me infectó es débil gracias a la cura que se suministró mi madre; eso permitió que Mortys no evolucionara ni fuera contagioso. Sólo soy su contenedor.

...

—¿Te vas a quedar o vas a venir conmigo? —cuestionó Otabek, quien salía del cuarto de entrenamientos con una toalla en su cuello.

—Ese cerdo no regresó —gruñó, apoyando su espalda contra la pared blanca que estaba detrás de él.

—Quizás está divirtiéndose con nuestro jefe —sugirió malicioso para que el menor sintiera celos o terminara por desilusionarse—. Te veo en la noche.

Yuri observó cómo Otabek emprendía su camino hacia la entrada principal de la instalación, chasqueó los dientes y dio un último vistazo hacia su izquierda. El pasillo estaba desolado, Viktor y Katsuki continuaban encerrados en una habitación y serían dejados solos porque los chicos tenían obligaciones y Saki había ido por compuestos químicos. Nadie los molestaría, es decir, nadie los interrumpiría.

—Espérame, Beka —vociferó, comenzando a correr para alcanzar al mayor.

Altín tecleó la contraseña en la diminuta computadora conectada al muro, junto a la enorme puerta de acero. Salieron de allí y avanzaron unos metros en una total oscuridad, pues el túnel tenía poca iluminación. Se detuvieron al ver la camioneta estacionada con Seung y Phichit arriba; el primero en el volante y el segundo de copiloto.

Una vez a la semana, ellos tenían que ir a la ciudad para escribir anotaciones en sus respectivas bitácoras. Aunque cada miembro del equipo tenía asignada una tarea, todos debían estar atentos a los movimientos de Los Vigilantes. Necesitaban saber si sus estrategias de ataques cambiaban o si alguno de los soldados cargaba un arma diferente; una que fuera desconocida y con mucha potencia.

Cuando hallaban casos singulares, fotografiaban discretamente al sujeto que portaba el instrumento y lo comentaban en las reuniones. Si Viktor decía que representaba un peligro, organizaban una misión para robar el arma y creaban una similar para estar a la par con el gobierno.

—Toma —murmulló el kazajo mientras se acomodaba en el asiento trasero con el rubio a su costado y le entregaba el brazalete falso.

—Creí que el jefe iba a venir hoy —mencionó Phichit, iniciando una conversación como era su costumbre porque no le gustaba el silencio—. ¿Y Yuuri? ¿Está...?

—No hables, rata —bufó Plisetsky, ajustando el brazalete en su muñeca—. Si tienes interés, mejor llévatelo y nos ahorras problemas.

—Ah, pero el jefe se enojaría porque está fascinado con Yuuri —siseó, consciente de que ese tema era tabú en presencia del rubio—. No lo culpo, mi amigo es un encanto. Incluso Seung piensa lo mismo.

Mortys #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora