Fase III - Uniones con el enemigo

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Sábado 28 de octubre de 2071

Viktor se encontraba sentado en una silla giratoria muy cómoda. Las teclas de una computadora gastada y vieja resonaban en la oficina, indicando que el jefe no debía ser molestado ese día. Un texto comenzaba a tomar forma frente a la vista del ruso y las oraciones en su cabeza caían como bombas, desfilando en sus pensamientos hasta provocarle un ligero dolor.

Necesitaba actualizar los datos de sus chicos, sus descansos y entrenamientos; las rutinas, las horas de vigilancia que nadie quería cumplir, pero todos terminaban aceptando, y el nuevo recluta: Yuuri Katsuki. ¿Cómo lo integraría al equipo? ¿Bajo qué circunstancias? ¿Sería un espía o un descarado?

Si se quedaba como estudiante, la escuela podía ser peligrosa. Ahí tenía contacto con muchas personas, quienes debían creerle y no desconfiar nunca de él. Si cometía un error, podría ser condenado y, en casos extremos, le adjudicarían cargos que lo conducirían a la muerte; una trágica y tortuosa muerte. Ése era el castigo para los traidores.

Si lo soltaba como un ave libre en un rebaño lleno de lobos feroces y ovejas impostoras, sería devorado por las mentiras. No tardaría en decir la verdad, los delataría y no tendría escapatoria porque el gobierno se encargaría de eso. Sus padres y su hermana serían la excusa perfecta para amenazarlo. Al final, llegaría a la conclusión de acabar con su vida por la presión y la decepción de sí mismo.

Y si estaba allí, lo vería más. Se enamoraría de su encantadora y hechizante mirada; de ese par de ojos color avellana que lo observaban como un venado asustado. Escucharía su sonrisa y esperaría ansioso que la razón fuera él. Lo seduciría con su manera de caminar, porque se movía con gracia y elegancia. ¡Y el hermoso cuerpo que poseía Yuuri! Dios, sí, un cuerpo cubierto de suavidad, blancura y pureza; algo que simplemente ansiaba acariciar y marcar.

—Lo entrenaré —musitó, oprimiendo una tecla antes de suspirar y echarse hacia atrás en el respaldo—. Aquí, estará aquí.

—¿Quién? —cuestionó Chris que, recargado en la pared, contemplaba la imagen emocionada de su amigo y se aguantaba las risas—. ¿Qué tramas?

—¿Qué demonios haces en mi oficina? —interrogó, evadiendo sin suerte la pregunta—. No te incumben mis asuntos.

—Los asuntos de seducción de mi casi hermano —dedujo, carcajeando al fin porque no lo soportaba más. Le divertía la actitud defensora de Viktor—. Está bien, no te molestaré si me prometes que me dirás cuando te lo lleves a la cama.

—Él no es así —murmuró, desviando su atención hacia el techo, como si las respuestas que buscaba se hallaran sobre él—. Katsuki es un niño inocente, lo contrario a mí. No podría ni tocarlo de sólo pensar que lo estaré manchando.

—Pretextos de un desafortunado que se ha rendido sin luchar —bufó, acercándose muy alegre a la silla vacía delante de Nikiforov para acomodarse—. Yo no te obligaré, ya hice mi parte al convencerlo con tu amargo pasado.

—¿De qué hablas? —preguntó confundido, examinando la reacción nerviosa de su compañero.

—De unas palabras mágicas que estremecerían hasta al villano más terrible —respondió, esbozando la típica sonrisa que Viktor conocía como un mal augurio—. Un chico, unos padres muertos, un virus sin cura y dolor. La cantidad de dolor necesaria para sacudir el corazón puro de Yuuri Katsuki, para hacer que se dé por vencido y ceda a ti, a tu poder y a tu misión.

—No tenías el derecho de...

—Sí lo tenía —afirmó, interrumpiendo al ruso—. Tú eres el hombre más importante en mi vida. Si te pierdo por culpa de tu maldita soledad, no estaré tranquilo.

Mortys #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora