Prefacio

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―Dylan, ¿estás ocupado? ―el castaño ingresó a la oficina mientras observaba como su amigo mantenía la mirada fija sobre el monitor frente a él. Un simple movimiento de cabeza fue la respuesta que recibió el joven. Así que cerrando la puerta tras de sí, caminó con libertad por la habitación hasta tomar asiento en uno de los sofás que allí se encontraban. ― ¿Qué haces?

―Termino un trabajo para la próxima semana. ―Jonathan suspiró. No entendía como se había hecho amigo de aquel nerd. Era increíble cómo después de años graduados, siguiera comportándose como un adolescente universitario que lo único que quería era salir bien en los exámenes. ―Debí imaginarlo, hay algo que quiero mostrarte. ¿Me prestarías atención? ―el moreno tras el monitor suspiró y alzó el rostro para ver a su mejor amigo.

―¿Qué ocurre, Jonathan? No veo que hayas traído alguna carpeta contigo, así que dudo que debas mostrarme algo de trabajo. ―su contrarió sonrió ampliamente. Dylan solo podía suponer que su mejor amigo se traía algo entre manos. ― ¿Qué hiciste ahora, Blake?

―Oye, calma. No he hecho nada malo, aunque si consideras que preocuparme por ti es malo, entonces si lo hice. ―dijo el chico con un tono lastimero en su voz, uno fingido obviamente. ―Te he inscrito en algo maravilloso y sé que te va a encantar. ―informó mientras de sus bolsillos sacaba su billetera de tono marrón.

Abriendo esta, sacó de uno de los compartimientos una hoja de tono blanco muy doblada. Sonriendo como un niño cuando encuentra su juguete favorito, se lo pasó al menor al deslizarlo por la mesa. El moreno observó la hoja con cierta desconfianza, pero aún así la tomo y la abrió frunciendo notablemente el ceño al leer el escrito en este.

―Treinta citas para solteros. ¿Qué es esto? ―cuestionó el chico observando a su amigo. Si aquello era una broma, lo mejor sería que la detuviera ahora mismo, o al menos eso era lo que el moreno quería.

―Lo que lees allí. Treinta citas para solteros, ¿no sabes que es una cita, Dylan?

―¡Si lo sé! Lo que no entiendo es, ¿para qué me das esto? ―preguntó un poco molesto. Detestaba cuando su amigo fingía inocencia ante las travesuras que hacía.

―Ya, no te enojes. Estoy preocupado por ti, Dylan. Desde hace seis meses que terminaste con el tonto de tu ex y aun sigues lamentándote por él. Me preocupa verte de esa manera. Ya no eres el mismo de antes, sigues siendo un nerd, es cierto, pero ya no compartes conmigo, solo te dedicas al trabajo y a llorar por ese chico. ―suspiró el mayor. Adoraba a Dylan, le quería como un hermano. Y siendo él, el mayor de la relación, le interesaba de sobremanera que su amigo estuviera bien. ―Venía de regreso después de salir a almorzar y vi esa publicación en una de las paredes de la ciudad. Me pareció interesante y pues... te inscribí.

―¿Que tú qué? ―preguntó alzando su voz causando que Jonathan comenzara a considerar un error lo de inscribirlo en aquellas citas. ― ¿Acaso estás loco, Jonathan? No iré. Es estúpido lo que has hecho. Yo no deseo salir de la soltería, ¿de acuerdo?

―Pero Dylan...

―Pero nada, si quieres vas tú pero a mi déjame en paz, ¿estamos claros? Ahora largo, necesito terminar con esto. ―el castaño suspiró y se colocó de pie guardando la billetera de nuevo en uno de sus bolsillos.

Jamás se imaginó que su mejor amigo se alteraría tanto por unas citas. Solo eran treinta citas, ¿qué tan complicado podía ser? A él le resultaba todo muy sencillo, ¿por qué Dylan tenía que hacer tanto escándalo por ello?

Negando, abrió la puerta de la oficina y antes de salir por completo de ella, observó a su amigo suspirando.

―Espero algún día te dediques a superar al bastardo que te fue infiel.

Y dicho aquello, el castaño se retiró dejando a un Dylan dolido en el interior de la habitación. Sabía que su mejor amigo tenía razón, pero por más que lo intentara, el recuerdo de su ex seguía atormentándolo una y otra vez. Era cierto que había intentado superarlo conociendo a nuevas personas, pero ninguno le parecía suficiente, ya que en vez de olvidarlo, solo se encontraba a sí mismo comparándolo con aquellos extraños.

Suspirando, observó de nuevo aquel papel que había dejado sin querer sobre el teclado, quizás Jonathan tenía razón. Quizás era momento de dejar de ser un lamento y dedicarse a darse un poco de felicidad.

Quizás debía intentarlo asistiendo a esas dichosas citas.

Treinta CitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora